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martes, 18 de agosto de 2009

Una rosa por un puñal



Hacía dos meses que Santi había debido atravesar una seria y complicada intervención quirúrgica en su columna vertebral luego de su desafortunado accidente de tránsito. Su recuperación superaba las expectativas hasta de los mismos médicos. Ya podía caminar sus 200 metros diarios y continuaba asistiendo de manera ininterrumpida a sus sesiones de fisioterapia. Su mejoría era tal que no cojeaba ni mostraba señal alguna que pudiera delatar lo que hacía tan poco tiempo había debido pasar. El único rastro de aquello era su todavía lento caminar.
La última semana Santi había decidido no continuar dependiendo de los familiares que debían alternar con sus ocupaciones turnándose para llevarlo en coche hasta la clínica donde realizaba sus ejercicios fisioterapéuticos, esperarlo y llevarlo de regreso a la casa. Si bien podía permitirse tomar un par de taxis cada vez sin que se descuajeringara el presupuesto familiar había optado por ir a pie, ida y vuelta, aunque ello le significara recorrer 500 metros en vez de los acostumbrados 200 al día. Estaba preparado.
Luego de aquellas últimas prácticas Santi se sentía mejor que nunca. Había recorrido los primeros 250 metros que separaban su casa del instituto de fisioterapia. Luego de completar como de costumbre su hora de ejercicios se disponía alegre y entusiasmado a volver a su hogar con más bríos y fuerzas que nunca desde el accidente. Llegó a una intersección, no había semáforos, y se dispuso con lentitud pero seguro, a cruzar la calzada por la franja peatonal. A mitad de camino observa un Audi avanzar a velocidad. No decidido aún a correr y quizás "echar por la borda" todo el trabajo de fisioterapia y los avances logrados, clava su vista en el conductor del coche que avanza hacia él, estudiando su accionar y preparado para pegar un salto de último momento o cualquier otra acrobacia no permitida pero preferida antes que ser arrollado nuevamente por un bólido, si ello se le hiciera imprescindible.
A medida que cauteloso y un poco preocupado Santi continuaba enfilando por la misma franja hacia la otra acera, iba girando su cabeza y parte de su torso con sus ojos todo el tiempo clavados en el mismo hombre, cuando se escuchó un leve y suave chirrido de cubiertas deteniéndose el Audi frente a las blancas y relucientes franjas, sin tocarlas. El rostro de Santi se relajó apareciendo un esbozo de sonrisa al comprobar que el peligro había pasado ya sin que él hubiera debido emplear peligrosas tácticas tarzanianas.
No así, de dentro del vehículo detenido y con notable actitud agresiva descendió un conductor visiblemente irritado pegando un portazo a su flamante coche. Santi se detuvo una vez arribado a la acera y quedó mirando al hombre sin entender qué era lo que sucedía. Su ingenuidad e inocencia lo instó a pegar un nuevo vistazo a la franja pintada en el piso para asegurarse de que había cruzado correctamente. El motor del Audi rugía pero el conductor parado a su lado en pose amenazante parecía querer rugir más:
- ¿Qué pasa, algún problema? -
Una de sus piernas se sacudía compulsiva, parecía presa de un tic. Sus manos, su mirada, su rostro, gesticulaban deseosos por empezar a los golpes.
- No, ¿porqué pregunta? -
Santi le respondió con otra pregunta, sonriendo y sin dejar de mostrar sorpresa por no saber cuál era el reclamo del extraño.
- ¿Qué me mirás tan insistente? ¿Te hice algo? ¿Te toqué? ¿¡Cuál es tu problema, eh!? -
El hombre avanzaba lento hacia Santi, moviendo con extrema e innecesaria energía las manos y elevando considerablemente el tono de su voz. Otros vehículos empezaban a amontonarse en el lugar, se escuchaban algunos bocinazos a la vez que curiosos peatones formaban un deformado círculo alrededor.
Santi se relajó aún más. En voz baja y amistosa, manteniendo una amplia sonrisa le comentó al nervioso hombrecillo:
- Mi "problema" es que hace dos meses fui atropellado y debí ser operado. Vengo de mis largas sesiones de fisioterapia. Discúlpame si te he "herido" con mi mirada -
Más sereno que nunca y dándole su cicatrizada espalda al extraño continuó con paso lento pero sin cojear, de regreso a la casa.
El conductor del Audi retrocedió unos pasos y con un rostro que tornó su enojo en vergüenza se escondió con rapidez detrás del volante, cerró la puerta esta vez con suavidad y desapareció del lugar. El bravo rugido de su motor no dejó escuchar los murmullos, comentarios y risotadas del improvisado público allí reunido.

Rudy Spillman
LIBRO ABIERTO

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