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lunes, 6 de octubre de 2008

El cielo no existe


¿Sabes lo que más me preocupa? Cagar. Joder, es que me tiene de los nervios. ¡Puta gente! No te dejan respirar ni un momento con los putos morteros. Y lo peor es que con esta ansiedad, cuando voy no puedo. Creo que voy a ir ahora, si no me van a salir unas almorranas de cojones. No voy a poder sentarme en la puta vida como siga sin cagar un día más.

El cielo no existe. Todo es infierno. Calor. Un infinito calor que hace que el sudor caiga en gotas que corren con una constancia aterradora por la cara, por el cuello, por el pecho, por la espalda. El calor cala en los cuerpos y en las almas de todo lo que se mueve. Ralentiza. Exaspera. Y un amarillo inmenso ciega los ojos. Es imposible mirar y no sentir un escozor intenso en ellos. El sol parece mucho más grande y abrasador que en cualquier otro lugar. Te hunde. Te ensimisma. Te empequeñece. Y la arena, que se mete por todos los poros de la piel y se queda ahí, incrustada a ella, pegada a ti como un sudario horroroso que no te puedes quitar con agua y jabón. Jamás. Una prisión. Esto es una prisión infame que no desaparece ni con la noche.

Ahora les ha dado por descansar. Tendrán calor, o sueño. Vete tú a saber. No los entiende nadie. Ahora es el momento. Me duele la barriga como nunca. Tres días son muchos días. Y tiene que ser malo. Tiene que serlo. Desde la salida de la otra mañana, o la incursión de la noche. Toda la noche. Toda la puta noche arrastrándonos por la arena. Sin objetivo. No lo veíamos, o no estaba. Una noche tirada. Hasta el catre me sabe bien aquí. No hay estrellas. O las confundo con las trazadoras, con las bengalas, con todo lo que vuela. La noche es para dormir, joder. ¿Qué coño hago yo aquí? Voy a cagar ya de una puta vez. No se oye nada. Cruzo y ya está. Podían haber hecho las letrinas un poco más cerca. Y otra vez los morteros. A un paso. Es que no se puede ni ir a cagar, joder. Y ese casi dentro. Una mano me coge por el hombro. ¡Qué susto joder! Pégate a la pared, me dice. Sí mi comandante. Es que iba a cagar. ¡Joder, qué estrés! Así no se puede vivir. Pero pégate a la pared, hombre. Me insiste con una sonrisa. Es que tenía prisa. No puedo más. Desde el otro día, en la ciudad. ¿Se acuerda? Aquel hombre con un niño en brazos. Destrozado. Sin piernas. Cubierto de sangre. Lloré. Lloré mi comandante. Y le juro que hacía años que no. Vaya puta mierda. La cara del niño la veo siempre. No me la puedo sacar de encima. Es peor que el polvo. Y el padre. Porque debía de ser su padre. Había dolor. Negación. Incomprensión. Y los colores que lo envolvían todo. Raros. Discordantes. Bellos. ¡Vaya puta vida! ¿Y si fuera mi padre? ¿Y si fuera mi hermano?

El cielo no existe, todo es infierno alrededor. Todo lo tapa. No hay nada. Calor. Un infinito calor que todo lo pudre, que todo lo mata. Muerte. Solo muerte alrededor.


Diego Jurado Lara


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