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domingo, 3 de febrero de 2008

Holmes contra Doyle


Buscando información sobre otro artículo, he hallado una noticia que pasó bastante inadvertida en su momento. Se trata de una investigación que pretendía demostrar que Sir Arthur Conan Doyle, el creador, entre otros, de Sherlock Holmes y el infatigable doctor Watson, asesinó a un buen amigo suyo para ocultar el plagio de El sabueso de los Baskerville. Al investigador le sobra imaginación, pero le faltan escrúpulos.

No voy a negar que mi opinión está influenciada poderosamente por mi amor hacia la literatura de Conan Doyle, que forma parte de mis primeras lecturas. Pero creo que la acusación del señor Garrick-Steele se basa en argumentos ridículos.

El razonamiento, resumido, es el que sigue: Fletcher Robinson, amigo de Doyle, es el autor de El sabueso de los Baskerville, lo cual se basa en que se propusieron escribirlo juntos y que Robinson había escrito, un año antes, una obra de ficción similar. Al publicar la novela, el nombre de Robinson aparecía únicamente en los agradecimientos. Su muerte oficialmente fue a causa del tifus, pero -y aquí comienza la implacable deducción- dado que Doyle era médico, pudo haberle suministrado láudano (que en el artículo de Clarín aparece como veneno cuando realmente es una droga), cuyos efectos, al parecer, son similares a los del tifus. Dado que el investigador carece de escena del crimen, se inventa los detalles necesarios. Así, Gladys, la esposa de Robinson, era amante de Doyle, y accedió sin problemas a envenenar a su marido para que no se descubriera el presunto plagio.

Todo muy elemental, ¿verdad? El móvil del plagio encubierto está muy a la orden del día. Sobre todo cuando el verdadero autor aparece en los agradecimientos. Y las esposas-amantes que asesinan a su marido para ocultar plagios son fáciles de encontrar. Desde este punto de vista, no era un misterio tan difícil de resolver. Sherlock Holmes hubiera mandado al cuerno a quien le hubiera intentado endosar semejante asunto, propio de principiantes.

Como señala, muy acertadamente, Estrella Cardona Gamio, hay detalles que la investigación pasa por alto, aparte de los que se han señalado aquí. Uno muy importante es que median seis años entre la publicación del libro y la muerte de Robinson, intervalo que éste no aprovechó para denunciar a su amigo. Suponemos que se debe a que Gladys lo mantenía drogado a la espera del momento oportuno para enviarlo al otro barrio.

Para mí está claro que Garrick-Steele (esa pose fingida, esos atuendos de chiste extemporáneo) es un carroñero que quiere encontrar la gloria efímera donde sea, da igual si es en un cadáver al que hay que exhumar. Su hipótesis no pasa de vaga sospecha, de alucinación que quisiera ser quijotesca, de torpe relato policíaco. Googleando su nombre, sólo aparecen menciones al libro que desvela su mentira. Sir Arthur Conan Doyle ya ha pasado a la Historia como un gran escritor (y no especialmente por Sherlock Holmes, aunque sí gracias a él). De Garrick-Steele quedará un libro que se tomará como una broma simplista, y con suerte, como una imitación del estilo de Conan Doyle.


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