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domingo, 23 de diciembre de 2007

El Visitante (3ª parte) - Juan Carlos Boíza López

 
EL VISITANTE (3ª PARTE)
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Aunque sólo por un instante pudo fijar su atención sobre el mar de rostros blanquecinos que desde la penumbra se giraron para observarle, creyó percibir de inmediato una oleada de profundo de desprecio, que le golpeó con la fuerza de un húmedo y sofocante torbellino confundiendo sus sentidos. Todo a su alrededor empezó a desvanecerse y la oscuridad de aquel edificio fue nublando su mente hasta invadirla, sumiéndole en un mar de tinieblas.

Lo que ocurrió después es algo que Wortingthon nunca fue capaz de narrar con claridad a los que tuvimos la terrible oportunidad de oír este relato de sus propios labios. Aunque la negritud era total, fue consciente entre pesadillas de que su cuerpo era manipulado y transportado por manos invisibles de tacto húmedo e inhumano. Aquellos dedos fríos parecían capaces de tocar con su tacto pervertido su misma esencia a través de sus ropas, y, aunque inconsciente e incapaz de moverse, Wortingthon fue presa de un terror irracional, que ninguna mente humana puede ser capaz de comprender salvo en iguales y terribles circunstancias.

Cuando finalmente Wotingthon pudo librarse del terrible velo que cubría su mente, fue consciente de que habían transcurrido horas desde que se sumiese en aquella terrible pesadilla. Si en algún rincón de su atormentado cerebro aún pervivía la remota esperanza de ser víctima de algún tipo de complicada alucinación, lo que sus ojos contemplaron le arrancaron sin piedad de tal ilusión, arrojándole con crueldad a la espantosa realidad que le rodeaba.

Lo primero que contempló con incredulidad fue un terrible cielo negro sobre su cabeza. La luz del día había desaparecido y en su lugar un firmamento oscuro cubierto de nubes de color ceniza y viudo de estrellas, ocupaba su lugar. Ni siquiera pudo contemplar desde donde se encontraba la luna, que debería brillar casi llena en aquellas fechas.

Wortingthon intentaba girar su cabeza en busca del astro rey de la noche, cuando fue consciente de forma dolorosa de que sus brazos y piernas se hallaban inmovilizados al igual que el resto de su cuerpo. Con estupor comprendió que se encontraba completamente desnudo y atado a una fría losa, que al principio no supo identificar, pero que cuando poco a poco su mente fue ganado en claridad, reconoció con asombro horrorizado como la flecha central de aquel extraño monumento con forma de tridente semienterrado que encontrase en el centro del pueblo a su llegada.

La posición de la flecha, ligeramente inclinada, le obligaba a enfrentar su rostro al firmamento amenazador. Con un gran esfuerzo consiguió girar su cabeza hacia la calle, donde pudo contemplar una muchedumbre de siluetas, acaso humanas, que le contemplaban en completo silencio.

Fue aquel silencio irracional y su quietud fantasmal lo que más espantaron a Wortingthon, que sin poderlo remediar comenzó a gritar de puro terror, Ninguna de las figuras que le contemplaban se estremeció siquiera con su agónico grito, lo que aumentó el horror que sentía Wortingthon. Tras unos minutos de angustia terrible, un cansancio abrumador se apoderó de Wortingthon que, agotado e impotente, quedó en silencio casi resignado a su extraño destino. Su miedo, más allá de todo límite tolerable para una mente racional, dio pasó a la incredulidad, preliminar de la locura que amenazaba con invadir de forma inminente la atormentada mente del pobre viajero.

Fue en ese momento cuando una de las figuras se movió avanzando hacia él con seguridad. Una antorcha pareció surgir de la nada y Wortingthon pudo por fin contemplar el rostro de sus captores.

Escrito por: Juan Carlos Boíza López

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