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domingo, 17 de enero de 2010

Haití: apocalipsis y paraíso

Ha empezado el verdadero infierno para los haitianos. El seísmo fue terrible. El comienzo de lo que vendría después. Muchas, muchísimas vidas se llevó en el mismo momento en que la Tierra, no por capricho, decidió sacudirse. Otras muchas se fueron apagando lentamente en medio de los más horrorosos sufrimientos. Sepultados antes de tiempo. Algunas continúan aún apagándose ante la imposibilidad de la recuperación. Y una gran cantidad de seres humanos han salvado sus vidas en medio del caos. Pocos lo han hecho de milagro. Pero todos, sanos, enfermos, heridos, desnutridos y mutilados, esperan ahora el resultado de un desgarrador ¡S.O.S.! La ayuda internacional. La respuesta ha sido masiva. Cerca de cuarenta países han respondido. Se están movilizando frente a una situación a la que sus diferentes componentes la convierten en una de las más desgarradoras de la historia y la más grande de Haití. El aeropuerto de Puerto Príncipe se encuentra abarrotado de aviones de todos los países que han acudido al llamado de solidaridad. Se apilan los cientos de millones de euros y dólares enviados por algunas potencias. Se forman hospitales improvisados. Miles y miles de soldados continúan llegando. Pero la ayuda no llega. Al menos no a todos los más necesitados. Las vías de acceso se encuentran interrumpidas por escombros y cadáveres. Además, ya nada parece ser suficiente.
Pareciera que frente a los acontecimientos de fuerza mayor producidos por la naturaleza no hay nada que hacer. En gran parte esto es verdad. Pero si la misma se ensaña con un país que de manera sistemática ha sido relegado y abandonado por la sociedad, a su propio y triste destino, ocurre como con la ingestión de algunos fármacos. Su efecto conjunto se potencia. Entonces, si queremos, podemos encontrar que nuestra responsabilidad en este hecho fortuito no está del todo a salvo.

He tenido una pesadilla. En medio del cotidiano horror por la falta de alimentos, la cocción alimentaria con barro para engañar los estómagos, la ingestión de aguas no potables para saciar la sed, las enfermedades llevándose a la mayor parte de los niños antes de cumplido su primer año de vida, una ancianidad que no supera los cincuenta años de vida, el suplicio y la desmedida tortura vivida a diario por un pueblo que no ha hecho nada para merecerlo, aparece un niño de entre ellos, llorando, pero también sonriendo. De pronto descubre en sí mismo los poderes que poseemos todos. Los de la mente. Y ante la clara visión de que el cinismo y la hipocresía del mundo impedirán que todo su pueblo reciba una respuesta definitiva al S.O.S., cuyos ecos hace tantos años ya, quedan sonando en la nada, decide salvar a los suyos con la ayuda de la madre naturaleza. Pero lo logra apenas con unas decenas de miles. Los demás deberán continuar sufriendo. Me siento muy triste... muy triste.

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