Pareciera que frente a los acontecimientos de fuerza mayor producidos por la naturaleza no hay nada que hacer. En gran parte esto es verdad. Pero si la misma se ensaña con un país que de manera sistemática ha sido relegado y abandonado por la sociedad, a su propio y triste destino, ocurre como con la ingestión de algunos fármacos. Su efecto conjunto se potencia. Entonces, si queremos, podemos encontrar que nuestra responsabilidad en este hecho fortuito no está del todo a salvo.
He tenido una pesadilla. En medio del cotidiano horror por la falta de alimentos, la cocción alimentaria con barro para engañar los estómagos, la ingestión de aguas no potables para saciar la sed, las enfermedades llevándose a la mayor parte de los niños antes de cumplido su primer año de vida, una ancianidad que no supera los cincuenta años de vida, el suplicio y la desmedida tortura vivida a diario por un pueblo que no ha hecho nada para merecerlo, aparece un niño de entre ellos, llorando, pero también sonriendo. De pronto descubre en sí mismo los poderes que poseemos todos. Los de la mente. Y ante la clara visión de que el cinismo y la hipocresía del mundo impedirán que todo su pueblo reciba una respuesta definitiva al S.O.S., cuyos ecos hace tantos años ya, quedan sonando en la nada, decide salvar a los suyos con la ayuda de la madre naturaleza. Pero lo logra apenas con unas decenas de miles. Los demás deberán continuar sufriendo. Me siento muy triste... muy triste.
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