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jueves, 10 de septiembre de 2009

11 de septiembre (relato de ficción)

En homenaje a todas las víctimas del atentado terrorista perpetrado el 11 de septiembre de 2001 en los Estados Unidos de América.


11 de septiembre


El siguiente relato es de ficción, a menos que su autor haya podido soñar con una historia sucedida en nuestra diaria realidad y no lo sepa.

Christie era una niña dulce y buena. Única hija, vivía con sus padres, Jeremy y Rosie Murdock, en New Jersey, U.S.A. Creció con un don que no era de especial satisfacción de nadie en la familia. Y con el paso de los años, tampoco de ella misma. Al tomar conciencia de lo que le sucedía empezó a avergonzarse, a sentirse culpable. Al punto de llegar a odiar esa habilidad que Dios, la Naturaleza o vaya a saber quién le había otorgado. Poco a poco fue tornándose en su mayor complejo y lo único que generaba el sentimiento de odio en Christie. Por supuesto, hacia el mismo don que había recibido puesto que en relación con la gente la niña sólo tenía amor y buenos sentimientos.
Los padres preocupados la llevaron a cuanto médico, psicólogo, psiquiatra y curandero pudiera hacer algo por ella. Visitaron consejeros espirituales, parapsicólogos, pronosticadores del futuro e incluso un médium. Nada los frenaba en el intento por ayudar a su hija. Pero no hubo nadie que pudiera hacer nada. Sólo promesas cuya falsedad con o sin intención quedaba expuesta cuando la extraña habilidad volvía a aparecer en Christie. Una vez más había sido dinero invertido para recibir una nueva frustración. La culpa se había instalado como huésped permanente en la niña y crecía con ella por ver arruinada también la situación económica de la familia debido a su problema.
Christie contaba con dieciocho años ya. Los padres habían debido vender el coche y la casa pues profesionales en la materia les habían insinuado que la adolescente corría riesgo de perder la cordura si su don continuaba manifestándose. Solía despertar a veces en medio de la noche. Sus incontenibles alaridos de desesperación despertaban también a los vecinos que intentaban ser comprensivos de la situación. En medio de sus ataques, como poseída por el demonio, Christie se arrancaba mechones de su propio cabello, se arañaba, vomitaba. Hasta que despertaba logrando salir lentamente del trance. Sentada en la cama, agotada, sudando, con el blanco de sus ojos repleto de hilos rojos mirando hacia el infinito y sin ver nada, pronunciaba un nombre. Siempre el nombre de alguien que acababa de morir y sobre cuya muerte todavía nadie sabía nada. En los casos en que el evento había tomado lugar en relación a algún familiar cercano, el dolor, impotencia y sentimiento de culpa de la niña se veían considerablemente incrementados. En estos casos, el trauma familiar se tornaba indescriptible y todos sentían que perdían su capacidad de manejar la situación que les tocaba vivir.

La primera vez que se evidenció el don en Christie la niña contaba con apenas cuatro años de edad. Pero en esa oportunidad no habían aparecido ninguno de los síntomas que luego, de más adulta empezaron a tomar lugar durante sus extrañas pesadillas. Aquella primera vez despertó llorando como cualquier niño. Pero una vez calmada su angustia por Rosie, su madre, la niña empezó a repetir el nombre de la tía (hermana de la madre) que los solía visitar casi diariamente:
- ¡Amie! ¡Amie! ¡Amie! ¡Amie! – es todo lo que la niña repetía una y otra vez.
- Cálmate, hija querida, tu tía está en camino para aquí. ¿Has soñado con ella, mi niña? – le había preguntado la madre mientras acariciaba sus cabellos y la abrazaba.
La niña no dejaba de repetir en aquella oportunidad:
- ¡Amie! ¡Amie! ¡Amie! ¡Amie! – mientras su llanto se hacía cada vez más consistente.
Efectivamente, la tía estaba en camino y acababa de ser mortalmente arrollada por un camión. Así fueron los comienzos de este nefasto don con el que Christie parecía haber nacido.

Jeff Parker era un exitoso empresario del mundo inmobiliario, agente de bolsa y de aduanas, con importantes y sólidos contactos que le permitían incrementar su poderoso imperio económico día a día. Ni él mismo sabía lo que poseía. Su relación con Jonathan, el mayor de sus dos hijos no era nada buena. Es ya sabido que en muchos casos las montañas de dinero separan a los padres de los hijos. Jonathan había recibido todo durante sus jóvenes veinte años excepto amor y tiempo compartido con sus progenitores. Asistía tres veces por semana a lo del Dr. Dick Harlington, psiquiatra que amén de enviar una abultada factura mensual a Jeff Parker, no lograba hacer avanzar a su joven paciente en la solución de sus conflictos y relaciones. Pero de la terapia se obtenían dos cosas. Por una parte, Jeff creía limpiar un poco su conciencia por medio del voluminoso cheque mensual enviado al destacado profesional y por la otra, Jonathan veía apaciguar sus ataques de furia contra el padre quitándole todo el dinero que podía puesto que el tiempo era un valor caído en bancarrota en la familia, desde sus orígenes.
Fue en una de esas lluviosas tardes de Nueva York que se conocieron. Jonathan salía del lujoso edificio cercano al Central Park donde se hallaba ubicado el consultorio de su psiquiatra cuando vio ingresar a la bella Christie, la que no pareció reparar en él. El flechazo en aquel momento fue tal que Jonathan Parker decidió abandonar sus desocupadas ocupaciones y esperar los cincuenta minutos que él sabía que demoraría la desconocida muchacha en salir. Aquel día la lluvia cesó, las oscuras nubes se disiparon y la repentina claridad del día puso color a esa incipiente relación que nacía de la charla, la compañía y la comprensión.
El repentino casamiento de Christie y Jonathan puso calma a la vapuleada situación
económica de los Murdock. Aunque no había habido ninguna intención en ello, lo cierto es que Christie vio aminorado su sentimiento de culpa aunque vivía pendiente de sus accesos sabiendo que si estos se presentaran significaría que alguna persona más o menos allegada habría muerto en las últimas horas. Jonathan conocía la extraña historia y se mantenía un tanto escéptico a creerla aunque no lo expresara a Christie por no herir sus sentimientos y que no se sintiera incomprendida. La sana y creciente relación de amor entre ambos había influido milagrosamente en mejorar las relaciones entre Jonathan y su padre.
Los primeros dos años transcurrieron sin muertes cercanas ni pesadillas que las descubrieran. Jonathan trabajaba en las oficinas del padre. Una tarde, al llegar de regreso a la casa se enteró de que su esposa estaba embarazada. Ambos lloraron de alegría pues hacía tiempo que buscaban ser padres. En el mismo momento que Christie se dirigía hacia el teléfono eufórica para hacer partícipes a los suyos de su alegría, éste sonó antes de que llegara a levantar el tubo. Era Rosie, la madre, llorando desconsolada. El marido acababa de fallecer víctima de un repentino paro cardíaco.
Christie debió pasar de un estado anímico a otro opuesto contando con el solo consuelo de su pareja que allí estaba para abrazarla y contenerla. Pero entre sus brazos ella no pudo evitar el pensar que quizás su tétrica habilidad había desaparecido para siempre. Y la idea en cierto modo le alegró el alma aunque supiera que ante los ojos de Jonathan y su familia ese don quizás nunca había existido más que en sus fantasías y las de los suyos.
Manejar los sentimientos de alegría y tristeza instalados en su alma de manera simultánea no fue tarea sencilla para Christie. Pero no cabía duda que el transcurso de los días y las semanas sintiendo crecer ese nuevo ser en su vientre y comprobar que ninguna pesadilla se había manifestado corroborando la muerte del padre ayudaba a la futura mamá a sobrellevar la pérdida que tanto dolor le ocasionaba y guardar una agradable memoria de su progenitor.
Corría el mes de septiembre. Quedaban apenas dos meses para el alumbramiento de Christie. Ella se encontraba pesada pero en perfecto estado de salud cuando sucedió. Luego de almorzar en su casa con la madre que se encontraba acompañándola tuvo un irresistible deseo de dormir la siesta y así lo hizo. De pronto, una hora después, Rosie empezó a escuchar los alaridos desde la cocina. Hacía años que no los escuchaban. Sintió que su corazón se detenía. Pero luego vino lo peor, los gritos de la hija anunciando un nombre, una nueva víctima:
- ¡Jonathan! ¡Jonathan! ¡Jonathan! ¡Jonathan! -
Christie no había salido aún de su trance cuando la madre irrumpió en un espasmódico e incontenible llanto mientras escondía su mojado rostro detrás de las manos.
Con algunos cabellos aún enredados entre los dedos de sus manos, tomándose con cuidado su inmenso abdomen para incorporarse de la cama, Christie se dirigió desesperada y con dificultad hasta el aparato de teléfono y alcanzó a marcar el número de las oficinas donde se suponía que debía estar trabajando su marido:
- ¡Hola! ¡Hola! ¡Por favor, conteste! - la ansiedad y desesperación por comprobar lo peor le impedía a Christie esperar.
- Hola mi amor... ¿Pero qué te sucede? ¿Tienes contracciones? – la ingenuidad de Jonathan no le dejaba conocer de inmediato el verdadero motivo del llamado de su mujer. Christie lloraba en silencio y acariciando con suavidad su vientre le comunicaba a su hijo, en voz calma y baja, que no había quedado huérfano.
- ¿Pero porqué lloras así, mujer? – la intranquilidad por no saber crecía en Jonathan.
- De felicidad, mi amor... de felicidad... – la distendida y amplia sonrisa de Christie no se correspondía con su rostro empapado en lágrimas.
Una vez relajados ambos, Christe relató los pormenores de todo lo sucedido a Jonathan y su feliz sorpresa final. Era la primera vez que soñaba con un nombre que no anunciaba su muerte acaecida. Pero el evento, la pesadilla con todos sus síntomas había tomado lugar de igual manera. Ello podía significar que por primera vez la pesadilla estuviera anticipando la muerte en vez de anunciarla luego de ocurrida.
La desesperación empezó a crecer nuevamente en ella en virtud de esta especulación. El temor a que aconteciera lo de siempre sin poder hacer nada por evitarlo.
- Quédate tranquila, mujer. Esto prueba que todo ha terminado ya. Que tu habilidad ha desaparecido para siempre. Guardo unos papeles y voy para allí a hacerte unos mimos, mi amor – el cariñoso marido había terminado su jornada de trabajo y se disponía a levantar el ánimo de su mujer.
- ¡No! ¡No, por favor... no te muevas de allí! Jonathan, debes pasar la noche en las oficinas y no salir durante todo el día de mañana. Ni siquiera para tomar un café. Sólo así podremos estar seguros – Christie temía que durante las próximas veinticuatro horas al marido le ocurriera cualquier accidente y que el maleficio volviera a tomar lugar. Jonathan sonrió. No le hacía ninguna gracia pasar toda la noche en las oficinas por más confortables que éstas pudieran ser. Pero no se animaba a contradecir a Christie. La amaba y deseaba que ella se sintiera bien y tranquila. Y que la última pesadilla terminara lo antes posible. Charlaron por teléfono hasta altas horas de la noche. Se enviaron mutuos e interminables besos de amor, se dijeron que se extrañaban. Pasarían ambos su primera noche separados desde que habían contraído matrimonio. Cuando decidieron colgar el teléfono porque el sueño los vencía se prometieron amor eterno y festejar el fin de esas pesadillas al otro día. Era ya después de medianoche, el 11 de septiembre del año 2001. Las oficinas del marido de Christie estaban ubicadas en la Torre Norte del World Trade Center en Nueva York.

(Podrás encontrar la versión completa del precedente relato, en idioma inglés, en Scrib.com, como asimismo su original en español)

Rudy Spillman
LIBRO ABIERTO

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