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sábado, 21 de marzo de 2009

"Pre... munición"

Quien esté atravesando un estado anímico desfavorable, por favor, no leer el siguiente texto, el que pretende ser sólo de ficción.




Amanece nublado. Una suave llovizna molesta incesantemente. A todos. La pesada niebla de vapor condensado desciende desde los cielos amenazando con ser el solemne invitado que verá lo que vendrá. Pero nadie parece percatarse. Cada uno continúa arrastrado por sus cotidianos quehaceres, su llevadera rutina, montado en sus placeres y sinsabores sin detenerse a observar. Pero existe un dato alarmante que sólo las oficinas de los institutos especializados conocen: ha amanecido nublado con las mismas características climatológicas en cada rincón de la Tierra. Y donde aún es noche la oscura tintura de lo nocturno ha teñido el descripto paisaje mientras las mayorías durmientes no se han enterado todavía del fenómeno particular. Existe el periodismo que debe subsistir, noticieros, periódicos, internet. Existe comunicación humana como no la ha habido nunca antes. Libertad de prensa, instituciones democráticas, derecho a saber. Y finalmente se sabe. Nunca antes un marcado fenómeno climatológico había abarcado al mismo tiempo todas las latitudes del planeta. Entre algunos cunde el pánico y la alarma. Otros prefieren confiar y continuar con sus cotidianas actividades preservando su salud mental mientras los termómetros en todo el mundo muestran una acelerada y pronunciada baja de las temperaturas. Todos los medios periodísticos del globo terráqueo se ocupan de manera exclusiva de la noticia. En ningún pronóstico meteorológico se ofrece algún indicio de la cercana aparición del Sol.

Los días transcurren y la situación cambia para agravar. La molesta llovizna se convierte en intensas lluvias que con enojada fuerza golpean los hombros impermeabilizados de los transeúntes que continúan yendo a trabajar. Llegan las inundaciones, enfermedades, avanzan las epidemias convirtiéndose en pandemia. Pasa el tiempo y en vez de disminuir, las gotas de lluvia se convierten en amenazantes piedras de granizo aumentando su tamaño con el transcurso de las horas, hasta doler. Ya no resulta suficiente protegerse del agua, es necesario hacerlo de los verdaderos y solidificados proyectiles acuosos en que ésta se ha convertido. Islas y zonas bajas de la Tierra ya descansan bajo las aguas. Aumentan muy rápidamente los ceros a la derecha en las cifras de muertos y desaparecidos. Enfermos, están todos los que quedan. Los nosocomios en el mundo no dan abasto. Equipos de salvataje, ambulancias, helicópteros, grupos de asistencia van enfermando y muriendo como las propias víctimas que intentan salvar. Y todavía quedan algunos ingenuos que aprovechan la situación de emergencia para el pillaje. El robo y el hurto de bienes en una sociedad que se apaga le quita por completo el valor a las cosas materiales porque nunca lo han tenido. Quienes abrigaban las esperanzas de una situación pasajera van viendo diluir su optimismo en las profundidades de las tierras anegadas. El Sol, parece haberse retirado de nuestras vidas para siempre...

Aparecen los poderosos del mundo dispuestos a pagar fortunas por un rincón alto, seco y cálido. Pero pasan los días y ya ni con todas sus fortunas logran adquirir lo deseado. Las cajas fuertes esconden trastos viejos, las instituciones bancarias y financieras son parques de diversiones vetustos con sus juegos rotos e inutilizados. Inmensas fogatas de dólares, euros, libras esterlinas, libros... papel y más papel, que junto con toneladas de madera y cartón quemados previamente intentan procurar los últimos grados de temperatura cálida a disfrutar. ¿Y después qué? Lingotes de oro, joyas preciosas, diamantes... ya nadie los quiere ni logra cambiarlos por un trozo de pan. Son manipulados por las manos de los inocentes niños, como juguetes para distraer su atención de lo que se avecina.
Y cuando las lluvias merman y algunos ilusos comienzan anticipadamente a bailar, cantar y festejar aun habiendo sido despojados de todo por la sabia Naturaleza, incluso de su salud... débiles, enfermos, sin más que sus propias vidas maltrechas para recomenzar, empiezan a caer del cielo bólidos de fuego. Meteoritos encendidos con destino cierto y sin remitente aparente caen en cantidades cada vez mayores a lo largo y ancho de todo el territorio del planeta, sin distinción de razas, género, religión, edad, situación personal; sin distinguir entre buenos y malos. Incesantes "pppssssssst" al contacto del fuego con lo mojado y los vapores elevándose al cielo en medio de llantos, gritos, gemidos... desesperación. La Naturaleza parece querer terminar bien su obra. Y llega el final...

Todo parece haber terminado ya. Sobre la faz de la tierra o lo que de ella queda, todo es negrura y mojado aún. El frío de las aguas y el calor del fuego se fusionan desprendiendo un humeante vapor de terror, testigo de lo que ha sucedido. Todo arrasado, quemado, destruido. Aquí y allá el tallo verde de alguna planta que ha sobrevivido. O que renace de las cenizas. Algún perro vagabundo, caminando sus huesos con sigilo entre las ruinas en busca de algo con qué engañar su todavía peristáltico estómago. Algún ave solitaria en su vuelo lento y moribundo. Aquí y allá, algunos seres humanos, únicos testigos sobrevivientes y poseedores aún de la mayor de nuestras fortunas: su memoria.
Tierra, agua, fuego y aire, los mismos cuatro elementos que han terminado con todo son los que lo iniciarán nuevamente.
A lo lejos, muy a lo lejos, al ras del resquebrajado horizonte, el espeso y pesado manto de nubes se rompe y por entre sus grietas aparece tímido pero decidido... el Sol.

Rudy Spillman

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