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jueves, 20 de noviembre de 2008

El motorista

Jaime corre por las calles mojadas, llega hasta la puerta del local y toca con fuerza en el cierre de aluminio que la protege. Nadie responde a sus golpes, sólo el silencio. Nota la lluvia que le moja, que resbala por la chupa de cuero, que le pega el pelo a la frente hasta meterlo en sus ojos. Cansado de llamar recuerda que dejó la moto mal aparcada, avanza entre los charcos esquivando a la gente, cuando llega al sitio no hay nada, ni rastro de ella. Poco tiempo para que haya sido cosa de la grúa, me la han robado, pensó. Siente una rabia descafeinada, como si ya todo le diera igual. No puede entender porqué no le han esperado un poco más, ese ensayo era importante, el último antes de la gran prueba. Recordó el día que lo llamaron por teléfono de aquel programa de televisión para decirle que estaban pre-seleccionados, que les había gustado la maqueta, pero querían verlos actuar en directo. En Sevilla, el sábado próximo, es decir, mañana. Se trataba del último ensayo, el definitivo y no se dignaron en esperarle, ¡que cabrones¡

Buscó el móvil para telefonear a Ana y decirle que se retrasaría, no le apetecía llamarlos a ellos, en este momento sólo deseaba insultarlos, para sus amigos el sueño no era tal, todos tan acomodados a sus trabajos burgueses, maestros, banqueros, funcionarios… consideraban la música como un hobby más. Sin embargo, él estaba harto de repartir pizzas, servir copas o reponer artículos en un supermercado. A sus treinta años aún no tenía un trabajo estable, aún vivía para su sueño: ser un cantante de éxito. Creía y confiaba en su talento.

Ana lo apoyaba, aunque eso supusiera retrasar la deseada boda y los futuros hijos. Ana era así, tan moderna para unas cosas y tan clásica para otras. Comentaba con frecuencia que quería celebrar la ceremonia por su tía Marta, la monja, pero más de una vez Jaime la sorprendió ojeando catálogos de vestidos de novia, siempre a escondidas. Ella se ganaba bien la vida como fotógrafa, sus colaboraciones con un estudio profesional le garantizaba un mínimo mensual. No la daban de alta en la seguridad social, a cambio, disponía de mucho tiempo para dedicarlo a la fotografía artística, Ana también tenía un sueño.

¡Mierda¡ pensó, no encontraba el móvil, y cualquiera se ponía a buscar una cabina ahora. Había dejado de llover, decidió regresar paseando. No sentía frío, a pesar de la lluvia, el traje de motorista le mantenía seco casi todo el cuerpo.

Subió por la amplia avenida, la gente aún llevaba los paraguas abiertos, protegiéndose de los goterones que impregnaban las hojas de los árboles para dejarse caer sobre los incautos viandantes en el momento menos oportuno. Mientras caminaba, una sensación de vacío se iba apropiando de su ser, deseaba llegar junto a Ana y la vez retrasaba su regreso, andaba despacio, deteniéndose ante cualquier escaparate. Vio el parque a su izquierda, las baldosas mojadas reflejaban la luz de las farolas creando un mar brillante, caleidoscópico. Atraído por el juego de colores, paseó hasta la fuente, entre el silencio de la ausencia, nadie caminaba por allí en una noche como aquella. Por eso le llamó la atención aquella chica, sentada en un banco, bajo una farola; indiferente a la humedad y al frío escribía algo en una pequeña libreta. El pelo rubio, rizado, caía sobre sus hombros y casi le ocultaba la cara. Algo en su aspecto no encajaba, como un cuadro inacabado, Jaime se acercó a ella buscando descubrir lo que había llamado su atención, ella levantó la cabeza y le sonrió. Jaime se olvidó de lo demás, solo veía esa sonrisa, se acercó y la saludó.
- Hola, me llamo Jaime, ¿Qué escribes?
- Son apuntes para una novela.
- No es buena hora para estar sola en el parque, ¿acaso buscas inspiración?
- Sí, algo así. Aquí suelen venir todos los nuevos. Me gusta captar sus primeras impresiones.- dijo ella en tono intrigante.
- ¿Los nuevos?
- Sí, como tú.
- No entiendo nada, eres muy rara.

La chica se rió, echando la cabeza hacia atrás y mostrando unos dientes perfectos, Jaime deseó besar su cuello, le pareció cálido y acogedor.
- Perdona, no recordaba que aún no eres de los nuestros, al menos no del todo.
- Cada vez entiendo menos lo que me dices.
- No me hagas caso, tienes razón, soy un poco rara. ¿Sabes?, antes del accidente me publicaron un cuento, ¿imaginas lo que es ver algo tuyo impreso en un libro?- a la chica le brillaban los ojos.
- No, pero supongo que será como que suene una canción tuya por la radio.
- Así que eres músico, ¿no?
- Algo así, al menos lo intento. Por cierto, ¿de que accidente hablas?
- Aquella noche lo celebré con mi amiga Sara, ella también escribe, sabía lo que significaba para mí, bebimos mucho, y yo me empeñé en llevar el coche. No vi aquel camión que iba tan despacio, me empotré contra él y entre otras cosas perdí esta pierna- la chica se levantó la falda y le mostró un muñón a la altura de la rodilla.

Jaime comprendió que era precisamente eso lo que llamó su atención al verla, la extraña caída de la falda sobre sus piernas.
- ¿Y tu amiga Sara?
- No he vuelto a verla- dijo la chica con una sonrisa triste.
- Entiendo, no tienes que darme más explicaciones.
- Y tú, ¿qué haces por aquí?
- Vuelvo a casa, pero la luz del parque me atrajo, ahora tengo que irme o mi chica se preocupará.
- No te apetece ¿verdad?- dijo ella con su sonrisa triste.
- No, no mucho, deseo ver a Ana, pero tengo la impresión de que ella no me quiere ver a mí, como si tuviera algo que reprocharme. Por cierto, ¿puedes decirme la hora?, mi reloj está roto, se ha parado a las siete y media y tiene el cristal fragmentado, lo más extraño es que no recuerdo haberme dado ningún golpe.
- Son casi las diez, debes volver a casa, allí entenderás muchas cosas. Yo seguiré por aquí, por si me necesitas.
- Gracias- dijo Jaime.

Se alejó envuelto en sus dudas, espesas como la niebla que empezaba a tomar las calles, envolviéndolas en un sueño prematuro. Llegó al portal de su casa, inútilmente buscó las llaves en sus bolsillos, iba a llamar al timbre cuando vio la esquela. Jaime Sánchez Gordillo y Ana Rodríguez Martín, la releyó varias veces, hasta comprender que esos eran sus nombres, que eran ellos los que estaban muertos. Entonces pudo recordarlo todo, la lluvia en la carretera, los gritos de Ana pidiéndole que no corriera, cómo trató de adelantar al camión, cómo le embistió aquel todoterreno por detrás, y luego la sangre, las llaves, el móvil, todo desperdigado por la carretera. También recordó lo último que le dijo Ana, cuando ya salía despedida de la moto: ¡estoy embarazada!

Un pitito intenso amenazaba con romperle los tímpanos, se cubrió la cabeza con la almohada y a tientas golpeó el despertador. Con la boca reseca por el miedo y la angustia descubrió que todo había sido un sueño, qué seguía vivo, a su lado vio el hueco que el cuerpo de Ana había dibujado en la cama y el olor a café se mezclaba con el aire fresco que entraba por la ventana del salón. A Ana le gustaba ventilar la casa nada más levantarse. Con el corazón aún encogido por aquella horrible pesadilla, se incorporó, fue hasta la cocina y la abrazó por detrás, mordisqueando su oreja. Ana se resistió un poco, pero al final se dejó llevar hasta la cama donde Jaime le hizo el amor con una intensidad inusual, como si le fuera la vida en ello. Exhaustos descansaron un rato, luego el silencio se instaló entre ellos. Mudos y pensativos se vistieron y salieron como cada mañana.
- Hoy me iré contigo en la moto Jaime, tengo un trabajo por tu zona, luego podemos comer juntos.
- No, mejor vete en el autobús, parece que va a llover.
- Quiero ir contigo, por favor, por favor….
- He dicho que no- Jaime se estremeció al recordar el sueño.

Ana se puso a llorar, se cubrió la cara con las manos y huyó de su lado, entonces Jaime se dio cuenta de lo irracional de su actitud y corrió tras ella. Cuando la alcanzó, le contó su sueño con todos los detalles. Ana observaba asombrada como iba cambiando de color conforme avanzaba en la historia, pudo ver el miedo reflejado en sus ojos, pero cuando le dijo la últimas palabras que había oído fue su cara la que mudó de color hasta tornarse blanquecina. Se mareó, Jaime la agarró al vuelo evitando que cayera y se golpeara contra la acera. Al rato, cuando pudo recuperase, Ana dijo con voz entrecortada.

- Si quería ir hoy en la moto, si quería comer contigo, era para decirte que estoy embarazada, nadie lo sabe aún, sólo yo y ahora tú.

Los dos se abrazaron asustados, Jaime regresó a la cochera y dejó el casco, subieron al autobús, fuertemente asidos por las manos, con la sensación de haber vuelto a nacer. Al poco les adelantó un coche rojo, a Jaime le pareció ver la cabellera dorada de la chica del parque que se agitaba fuera de la ventanilla, en el lado del acompañante. Sí, era ella y le decía adiós con una sonrisa triste. Conducía un chico joven con el pelo revuelto, la música muy alta, la velocidad excesiva. A los pocos minutos vieron el automóvil estrellado contra la mediana, Jaime miraba asombrado como la joven rubia abandonaba la escena cojeando, cuando se lo dijo a Ana, identificándola como la chica del sueño, su novia lo miró preocupada, allí no había ninguna mujer, al menos ella no podía verla.


El sueño de las palabras

http://felisamorenoortega.blogspot.com/



Este relato está incluido en el libro eléctronico de la 3ª Edición del Certamen Literario "Revista Digital IES Ventura Morón". Se puede descargar gratuitamente en esta dirección:

http://www.publicatuslibros.com/bibliotec/libro/iii-certamen-literario-de-narrativa-breve-revista/

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