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lunes, 23 de junio de 2008

La entrepierna en la violeta oscuridad


Sólo humo se pasea por aquella pequeña sala. El humo y el neón no permiten que su rostro se dibuje en mis ojos y más allá de ellos. Es sólo humo denso y opaco. Humo de perdidos y de deseos incumplidos. Su piel es más blanca que todo gas. Se ve ella sin su rostro en medio de la violeta oscuridad. Suave. Delicada y tenue. Fiera en sus espasmos y audaz en sus manos. Se abre y se toca. Se abalanza y de pronto ese humo ya no separa su sonrisa de mi ilusión. Ella baila. Saluda de manos y besos a villanos y escondidos de sus miedos. Bebe de sus bolsillos. Bebe lo que le den y sonríe ante sus mentiras. Danza para ellos y transporta sus deseos. La miran y la tocan. La sienten y la compran. Ella une sus pies o los abre para ellos. Se somete y seduce. Mira a los ojos y parece por todo interesarse. Suma a su lista nuevas víctimas y lleva a su caja nuevos dineros. Es alta, delgada, blanca y algo callada. Sus piernas son largas y formadas. Nunca trae con ella un pantalón o una falda. Su vestimenta es el calzón y una tela que permita ver sus pechos. Cuelga de sus oídos perlas y alambres. De su cuello lo que sea que esté a tono. Siempre tiene frío y nunca deja de sonreír. Ella baila. Baila entre el humo y las bocinas. Baila y mueve su vida sobre la mía y la de miles más. Baila e invita a poseerla. A llevarla para ti y que cumpla tus cometidos. Ella baila y seduce. Ignora su pasión y entrega su cuerpo en virtud de la recompensa.
Las manos se tumban sobre el pantalón. Entran en los bolsillos. Caminan los pies llevando consigo una cabeza que sólo piensa en ella y en su piel de movediza dulzura. Las manos van a la cabeza y se tiñen de negro color para no dejar pensar. Esa piel también la desea, pero esa piel no sabe distinguir entre el sexo y el amor. Los ojos también se abren ¿Se puede uno enamorar de la soledad o del deseo? Tan sólo su cuerpo se ha de tener. Mas su corazón es marchito y así se ha construido. Ella entregó de sí algo más de lo que cuenta el dinero. Y mojó los muslos cubiertos de pantalones. Dijo en su oído que ese salto sobre su cuello tiene sólo un dueño. Y que el humo del privado no permite que desplace su corazón.
Y de nuevo él cierra sus ojos. Busca comprensión o arrojo. No tiene moral, pero ésta le persigue. Quiere su cuerpo y su compañía, pero no puede ver a ésta sin el humo de cabecera. Ahí los cuerpos no respiran. Sólo corren unos por el dolor y otras por el sudor. Unos se deslumbran y otras se llegan a jactar. No hay felicidad sin un cuerpo. Y él mantendría ese como suyo sobre un sillón. Saltaría por encima y atraparía sus manos. Vería sus ojos mientras se rozan sus labios. Ardería para tenerla y no dejarla ir. Se movería toda una vida si eso disipa los humos y la violeta oscuridad. La llevaría de la mano si eso sacara sus ropas y las convirtiera en invisibles vestidos.

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