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jueves, 14 de febrero de 2008

Estar en brazos del ser que se ama es algo sublime

Párrafo de una carta: http://www.lulu.com/content/1431634
...El día en que la conocí, no alcanzó a comprender la intención de mi alma, ni logró penetrar en mi cerebro febril, para adivinar, siquiera, que le estaba labrando un monumento de amor, no para enaltecerlo con mi nombre, sino para legárselo a usted como la herencia más significativa y más preciada. Y así, sin darme cuenta exacta de sus anhelos, fue creciendo en mi alma ese amor apacible hacia usted y al que le canto como una Alondra bajo el cielo paradojal de la esperanza.
Quiero que en una de esas tardes apacibles en que las olas llevan la canción de las espumas hacia las arenas doradas, y en que el susurro de las hojas brota de las palmeras como un himno de veneración y de realeza, disfrutemos juntos la puesta del sol en el ocaso, para ver si sobre el cielo borroso de nuestras vidas brilla un nuevo sol...

http://www.lulu.com/content/1431634

Sisnela, entró a ella, seria, serena, erguida, alta la frente, inmutable y fatal, como la más pura de las esposas al más puro de los hogares; y pasaron por el iluminado gran salón familiar, hacia el dormitorio, cubierto de mármol el piso y sus paredes tapizadas en lila; y el gran lecho de caoba, con sábanas de terciopelo, adornado por un acuario, donde voloteaban decenas de palomas blancas y cantaban varios ruiseñores, apareció ante sus ojos.
¡Salve virgen! Dijeron las brisas y las flores.
¡Salve virgen! Cantaron los turpiales encerrados en jaulas de marfil.
¡Salve virgen! Repitieron los ecos de la noche cuando como una paloma que entra al nido, la doncella intocada hundió sus carnes en las bellezas nítidas del lecho.
Él la acarició con sus labios en los lóbulos de las orejas para excitarla, prolongó esa caricia por el cuello de marfil y el pecho adorable, que descubrió bruscamente, haciendo saltar fuera del vestido los senos duros y delicados como dos pétalos de rosa. Los acarició largamente, apasionadamente, devorando a besos las corolas rojas de aquellas flores de nácar, teñidos de un suave color canela. Allí descubrió la belleza de ese cuerpo de diosa, y tuvo orgullo de ver las divinas carnes reposando sobre su lecho, cálido y sensible, hecho de plumas de colibrí; y ya desnuda, quedó bocarriba, casta, pura y radiante, como una Venus emergiendo de las espumas inmaculadas del mar. Él se entregó totalmente a la contemplación de esa Venus en su desnudez de diosa; y en la atmósfera calmada, tibia con los perfumes de su cuerpo, se sentía en el aire algo así como las vibraciones del himno triunfal de su hermosura. La poseyó, suavemente, cuidadosamente, ardientemente, con una pasión tierna, sintiéndola gemir y sollozar bajo sus besos, en el encanto y el dolor de aquella desfloración.
¿Cuánto tiempo estuvieron allí en brazos uno del otro? No habrían podido decirlo.
-Mi amor, a propósito ¿cómo te llamas verdaderamente?- le preguntó él-, cuando ya satisfecha su pasión la miró desnuda sobre el lecho como una margarita desolada.
-¿Yo?- balbuceó ella- como esquivando una respuesta inmediata y cubriéndose con los abrigos de la cama en un gesto noble bajo las claridades lunares...
-Sí, tú.
-Yo, me llamo una mujer.
La repuesta evasiva y extraña, irritó a Yúnier hasta la cólera.
-La respuesta es idiota- dijo él-, ése no es un nombre sino un sexo.
Temerosa de haberlo disgustado, y como un poco miedosa, la joven dijo:
-Perdóname mi amor, no quise ofenderte, pero, ¿te das cuenta cómo me encontraste? Creo que ya cumpliste tus deseos y, además, ¿qué os puede importar mi verdadero nombre? Es que las mujeres que somos de malas, tenemos uno: nos llamamos placer, algunas más felices se llaman: amor y, calló, como angustiada y, quedó muda, como en un abandono inmenso, aspirando un perfume de recuerdos removidos por el verbo profanador. El amor- murmuró Yúnier con un sordo rencor- como en una resurrección súbita de visiones, donde gritara el gran duelo de su corazón...
¡El amor! ¿Sabéis vosotras las mujeres lo que es esa palabra?
-No sabemos de ella sino lo que los hombres nos enseñan, lo que ponen en nosotras para llenar el gran vacío de nuestro corazón; él, es verdad o es mentira según lo dijeron los labios que nos iniciaron en sus secretos; ellos nos enseñan la sinceridad o la falsía; nuestra alma está hecha por la modelación de sus besos; fue la presión de sus labios la que la hizo alma de lealtad o de perfidia; todo iniciador de amor es un modelador de almas; la nuestra está siempre llena de su presencia. Absorto, inquieto, ante la oscuridad reminiscente de esta respuesta, Yúnier, a la vista de ese corazón misterioso, del cual el secreto pugnaba por escaparse como un perfume, dijo:
-Y, la tuya, ¿quién la modeló para el amor?
-¿La mía? Por las formas del mármol se conoce el escultor; no podéis conocer sino mi cuerpo; me siento orgullosa que me hayáis encontrado virgen; mi alma, mi pobre alma, esa no la ha visto sino aquel que la despertó de su sueño de arcilla y, que acaso no verá jamás...
Hundida en la bruma débil, su cabeza perfumada, parecía soñar bajo el vapor cálido del lecho y la penumbra.
En la calma oceánica de esa hospitalidad tan amable y discreta, ambos dejaban dilatar sus sueños por el jardín tentador de los recuerdos, viendo resucitar las horas anonadadas del amontonamiento fúnebre y clamoroso de las inexorables cosas del pasado. Una inagotable onda de pesar brotaba de sus corazones, que parecían tenderse con un largo estremecimiento portentoso hacia el pasado.
Yúnier, inquieto y analista, interrumpió el silencio, y con la calma gris de un psicólogo profesional, interrogó a la joven, que parecía dormida en un dulce poniente de cosas profundas y calladas.
-¿Qué edad tienes?
Ella abrió los ojos, y en sus pupilas color café intenso, pareció brillar un horizonte de devastaciones.
-Diecisiete- respondió débilmente- pero los años de mi corazón son infinitos.
-¿Quién te enseñó a hablar así?
-Aquel que me enseñó a pensar.
-Y, ¿quién fue él?
-El mismo que me enseño a amar.
-Y, ¿dónde está?
-Él, me enseñó también el abandono.
-¿Su nombre?
-¿El nombre suyo? Ahora, llama: dolor, ¿después? Llamará: olvido...
-Ese no es un nombre.
-El, encierra y devora todos los nombres. Y, como si hubiese tropezado con algo la desnudez de su herida, la joven clamó, más que dijo:
¡No me interroguéis, no me interroguéis! ¿Qué os importa mi pasado? Menos aun si es doloroso y triste, mi cuerpo ha sido vuestro, ¿qué más queréis? ¡Haz lo que quieras con mi cuerpo pero no toquéis mi alma! y, como si temiese que por debilidad le arrancasen su corazón para mirarlo, la joven trató de incorporarse bruscamente del lecho, pero Yúnier la detuvo, diciéndole: perdóname vida mía, no lo volveré a hacer, y la cubrió con las ropas de la cama, en un gesto de verdadera y tierna delicadeza. Un gran sentimiento de piedad le vino al corazón, ante aquella mujer silenciosa, llena de poesía, tan misteriosa y tan inconsolablemente triste, y el poeta que dormía en él se despertó, y su musa abandonada vino a besarle en esa hora de felicidad sublime y, escribió en su diario prosas asonantadas, lapidarias y sonoras, como queriendo decir: Yo también sé el camino de la inspiración. Y, en esa prosa rítmica, esculpió y cantó el cuadro de su ventura:
“Un silencio rumoroso, idólatra y religioso, un silencio de santuario, había en torno a ese sagrario, donde inerte y descuidada ¡Oh, mi diosa! ¡Oh, mi adorada!
“Y, en la atmósfera vagaban, mil perfumes que embriagaban; y en los ruidos vagorosos, habían besos amorosos, que vibraban y cantaban en el rayo de la luz.
“De rodillas ante el lecho, con las manos en el pecho, conteniendo los latidos de mi pobre corazón, yo en silencio te adoraba y en silencio recordaba, que esa noche ya pasada ¡Oh, mi negra desposada! Te dormiste entre mis brazos, y al reclamo de mis besos y al calor de mis abrazos, se abrió tu alma a mis caricias, de tu amor con las primicias, como al rayo del sol fulgido la rosa abre su botón.
“Y, al mirarte así rendida, recordándote vencida, busqué un sitio y a tu lado, yo el león domesticado la cabeza recliné...
“Y, pensando en el hastío y en el olvido hosco y sombrío, y pensando en que pudieras olvidarme o yo perderte, tuve miedo de la vida, sentí anhelos de la muerte, lloré mucho y en silencio, en silencio te imploré”.
Después se acercó al lecho, y haciendo como había escrito, colocó su cabeza en la almohada y puso sus labios en los de la idolatrada. Sisnela, abrió los ojos, sus grandes ojos de zafiro, somnolientos, echó atrás su cabellera, río de espigas luminosas, puso los brazos en cruz, y se desperezó indolente con un gesto de ninfa acuática, mientras la luz jugueteaba en los bellos jazmines de su cutis, centellando en el polvo de oro de sus encantos desnudos.

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