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miércoles, 27 de febrero de 2008

No estoy de acuerdo, señor Cercas

Ayer aterricé en el blog de Javier Cercas y estuve dándome una vuelta por sus apuntes. Me pareció un blog interesante, así que me suscribí para estar al día. Esta mañana he aprovechado un rato libre para darme otra vuelta por los apuntes anteriores y he dado con uno que me ha removido un poco por dentro. Copio el texto del apunte en cuestión:

No debería ocurrir que una novela de S. King cueste en la librería igual que una de Cortázar.¿No les parece?
Esto confunde a la gente. Los precios no sólo deberían discriminar el aspecto material de la edición sino, sobre todo, la calidad.
Que alguien tome nota y haga algo.

A ver... deduzco que lo que se pretende ahí es que cuanto mayor sea la calidad literaria de una obra, mayor sea su precio. Para empezar diré lo primero que se me ha ocurrido al leer ese apunte: no me parece adecuado penalizar a alguien por su buen gusto. La idea de que las obras de buena calidad literaria se distingan de otras por un precio mayor sería buena si no fuera, precisamente, porque serían más caras, y esa diferencia de precio la pagaría el consumidor final, que no tiene la culpa de tener mejor gusto que otros pero estaría pagando más por tener tan buen gusto. Digamos que no me parece un buen sistema de difusión de la cultura. A lo mejor habría que pensar en otra forma de distinguir esa calidad, más que nada para que ser culto no resulte mucho más caro que no serlo.

Además, hay muchos factores que influyen en el precio final de un libro, como el tipo de soporte físico concreto (calidad de papel, tipo de encuadernado), los costes de producción (diseño gráfico, corrección, traducción) o cuestiones de mercado (previsiones de ventas, tirada, ediciones). Pero aun suponiendo que los costes de producción fueran los mismos para ambas novelas, tampoco creo que sea malo que los dos libros cuesten lo mismo. No hace falta ser especialmente listo para darse cuenta de que no todos los libros son igual de rentables y que las editoriales cuentan con el panorama general para hacer sus previsiones. Supongo que cuantos más libros tengan de esos que se venden como rosquillas, más fácil será que puedan permitirse publicar obras que vendan menos, y encima hacerlo a un precio razonable. En el caso concreto que nos ocupa, supongo que King vende bastante más que Cortázar, así que el hecho de que se vendan muchos libros de King ayudará en cierta manera a que las editoriales publiquen otras obras que en principio no venderán tanto pero que consideran interesantes. Nos guste o no, la pela es la pela, y unos cuantos best-sellers en el catálogo de una editorial pueden permitir la producción de otras obras quizá mejores en cuanto a calidad literaria pero de menor tirada y que reportarán menos beneficios a la editorial.

Y ahora traslademos esto a otros ámbitos de la cultura. Imaginemos que no se trata de libros, sino de películas o de reproducciones de cuadros, es decir, de cosas cuyo soporte físico tiene un coste similar. ¿Nos parecería lógico que el DVD de una película con muchos premios internacionales costara más que otra que no los tiene? ¿Estaríamos dispuestos a pagar más por una lámina de las mismas dimensiones con una reproducción de un cuadro de un pintor que de otro porque se supone que el arte reproducido es mejor que el de otra lámina de las mismas dimensiones? Y, finalmente, ¿a quién correspondería decidir qué obra es mejor y, por lo tanto, más cara que otra?

Me apetece volver al tema de los best-sellers en general y a Stephen King en particular, pero antes quiero aclarar una cosa. En mi biblioteca hay de todo, desde Stephen King hasta Julio Cortázar. Soy capaz de disfrutar de ambos tipos de lectura, aunque quizás no en las mismas circunstancias, de la misma manera que puedo pasármelo muy bien escuchando música pachanguera en una fiesta en la playa aunque prefiera la música clásica en otras circunstancias. Ya he dicho lo primero que quería decir: ambos tipos de literatura cumplen su función y eso hace que sean diferentes, y cuando dos cosas son diferentes no es posible la comparación. Cuando apetece leer a Stephen King, apetece eso y no otra cosa, como cuando apetece ver una película de sábado por la tarde. A veces apetece saborear las palabras, es verdad, pero otras veces lo único que quieres es que te cuenten una historia que te enganche para sumergirte en ella. Creo que los que leemos mucho tenemos la costumbre de tener varios libros empezados a la vez, y en mi caso suelen ser libros muy diferentes, porque de la misma manera que no siempre me apetece escuchar la misma música o ver el mismo tipo de cine, tampoco me apetece siempre leer el mismo tipo de literatura.

Y ahora, una última reflexión en cuanto a los best-sellers en general y a Stephen King en particular: si no se ha leído a Stephen King en VO es como si no se hubiera leído a Stephen King, al menos en España. En este caso concreto lo tengo claro. Siempre que ha llegado a mis manos un libro de ese señor en español he tenido que comprarlo luego en inglés porque las traducciones no le hacen justicia. Ahora mismo en mi casa hay seis libros del señor King en español y entre todos suman cinco traductores. No sé si los traductores no quisieron repetir, si quisieron pero cobrando más y la editorial se buscó a otra gente o si, simplemente, a la editorial ni se le ocurre plantearse que sería una buena idea eso de cuidar las traducciones. Las tarifas de traducción que pagan las editoriales son bajísimas, eso lo sabemos todos los que estamos en el mundillo, pero además, lo más triste es que un libro de ese tipo venderá igual, aunque la calidad de la traducción deje mucho que desear. Otro pequeño apunte en cuanto a traducción de libros que se venden como rosquillas. Un equipo de cinco traductores ha participado en la traducción de la última novela de Ken Follett (“Un mundo sin fin”, la segunda parte de “Los pilares de la tierra”), igualito que si se tratara de la traducción de los manuales de usuarios de la última colección de frigoríficos Bosch, en la que se reparte el proyecto entre varios y luego un gestor de proyectos intenta darle coherencia. Pero claro... una novela no es un manual de instrucciones, y eso se nota. Pero convenía publicarla a la vez que en el resto del mundo, había que darse prisa, y además el libro se iba a vender de todas maneras, así que da igual si la traducción cojea.
Francesca Verd
publicado en http://loveisaplace.blogspot.com/

6 comentarios:

Diego Jurado dijo...

No podría estar más de acuerdo contigo. Llevas toda la razón del mundo y más.
Un saludo.
Diego

Eduardo Martos Gómez dijo...

Aprotando un poco de conversación.

Un saludo ;).

Javier Cercas Rueda dijo...

No lo había visto desde esa óptica. Una solución: que no suba Cortázar y valga, pongamos, 25 € (precio medio en España hoy)y, King (contra quien no tengo nada en particular, era un ejemplo) cueste 10 entonces. A los editores no les gustará, ni a King, pero mi comentario era en defensa de la literatura y de orientar al lector despistado que, como todo consumidor, entiende que lo caro es lo bueno. Es la realidad.

Diego Jurado dijo...

En contestación a Javier Cercas.
Yo creo que la realidad es modificable y que al consumidor, despistado o no, hay que educarle. La Literatura se puede y se debe defender de otra forma, no subiendo los precios de los que consideramos buenos y bajando los de los que consideramos malos. T como apuntaba Xesca, ¿quién decide qué es bueno o malo?

Eduardo Martos Gómez dijo...

Insisto: El precio del libro (como de cualquier bien de consumo) deberían acordarlo proveedores y consumidores, no criterios particulares.

El consumidor, Diego, sabe lo que quiere y no necesita que lo eduquen; y si no lo sabe, da igual porque se estará equivocando con su dinero.

Un saludo.

Diego Jurado dijo...

Está claro que el precio de un bien lo debe marcar el mercado. Es una máxima del capitalismo. La ley de la oferta y la demanda es algo indiscutible.
Ahora bien, que el consumidor sabe lo que quiere es ya otra cosa. En una sociedad en la que existe la publicidad y cómo sabemos que se utiliza ésta y para qué se utiliza, decir que el consumidor sabe lo que quiere es, según mi parecer, un poco arriesgado. No necesita que se le eduque quien no lo necesita. Yo creo que hay demasiada incultura y que la publicidad hunde sus tentáculos en ello para vender productos. No hay nada más que ver las campañas publicitarias de Navidad para comprenderlo. Se puede educar al consumidor.
Que se equivoque o no el consumidor porque al final da igual ya que es su dinero, es otra cuestión.
Pero que el mercado es el que debe marcar el precio es indiscutible, sin duda alguna. Eso es lo que quería decir yo.
Un saludo.