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Esperamos que encontréis aquí respuestas a algunas de vuestras inquietudes y también un momento de esparcimiento, acompañados de la mejor literatura.

viernes, 28 de diciembre de 2007

La Máquina de Dorian

Dorian se levantó aquel 28 de diciembre sin apenas recordar nada de la noche anterior. Había bebido algo más de la cuenta y la resaca, le hacía presagiar que pasaría una mañana realmente dura. Odiaba las navidades más que ninguna otra cosa pues, toda la maldita ciudad, parecía ponerse de acuerdo para recordarle lo solo que estaba en el mundo. (Pobres infelices.)

Era este el motivo y no otro que lo conducía, Navidad tras Navidad desde hacía varios años, directo a la sección de licores del supermercado de la esquina casi sin pensar. Ese mismo impulso que hacía que otros se dirigieran en cambio a la de turrones o a la de los dichosos langostinos.

Tras desperezarse como un viejo gato y aún con el sonido de lo que le parecieron cien tambores en el interior de su cabeza, abrió la puerta y recogió la prensa del día. Era increíble, su equipo había vuelto a perder. (Vaya panda de vagos, les pagan demasiado a esos desgraciados.)

Se introdujo en la cocina para prepararse un buen café. Una vez oyó el característico sonido de su vieja cafetera, aquel silbido humeante, se sirvió una buena tasa sin cucharilla ni azúcar. Fuerte y amargo como a él le gustaba tomarlo. Se sentó, hojeó el periódico y algo lo detuvo en pleno sorbo. Se quedó con la mirada perdida en las líneas mientras sostenía la tasa pegada a la boca. Tras un breve instante, el calor que de ella emanaba le quemó el labio, lo que hizo que soltase un violento ademán con su mano, movido por el instinto, que hizo impactar a la tasa contra el suelo con suma violencia. ( Menuda he liado.)

A pesar de ello, apenas se inmutó por el estropicio y tras quedarse nuevamente absorto en sus pensamientos, con la boca desencajada y aquel dichoso tic que le hacía rascarse tras la oreja cuando se ponía nervioso, reaccionó. Limpió por encima lo que había ensuciado y se dirigió a su habitación con cierta premura para tomar, del fondo del armario, uno de aquellos elegantes trajes que tan poco usaba últimamente. Ni siquiera se molestó en desayunar nada, aquel había sido el primer y último sorbo que le daba al café. No había tiempo.

Tomó las llaves de su vespa y partió hacia el centro. En los últimos años se había vuelto intransitable y en aquellos días, con todo el follón navideño, estaría a reventar. Había sido una buena idea ir en moto.

-Buenas tardes, ¿Es esta la central de Investigación Tecnológica que trabaja para el Gobierno, verdad? -Sabía la respuesta perfectamente. Hacía tiempo que tenía programado aquel día, pero no conocía una pregunta mejor para romper el hielo con aquella desconocida de la recepción.

-Sí, que desea.

-Verá, es algo tarde ya para estárselo explicando pero, debo reunirme urgentemente con el responsable.

-Verá caballero, siento decirle que sin cita no podrá atenderle, de hecho, ni tan siquiera se encuentra en el edificio. ¿Es Navidad sabe?

-¿Qué es…? ¿Me toma el pelo o qué le pasa señorita?, llame ahora mismo al responsable, debo mostrarle una cosa. Esto es muy serio para que se ande con tonterías.

-Le digo que no se encuentra aquí. Y váyase ahora mismo o me veré obligada a llamar a seguridad.

(Es lógico que ande liado, la llegada será inminente. Los debe haber cogido por sorpresa. Qué hacer, activarlo por mi cuenta sería una locura, ni tan siquiera se bien como hacerlo. Debo intentar contárselo al menos a los responsables del ejército. Me dirigiré al Estado Mayor. Tienen que saberlo ya o será demasiado tarde.)

Llegó a contrarreloj hasta a su nuevo destino y pudo leer en un cartel colocado en lo alto de una pared del edificio: “General de División - Planta 4”, seguido de otros tantos departamentos. La soldado de la entrada parecía estar más atareada en hablar por el teléfono, el del Estado claro, el mismo que pagamos todos, que en ver quién entraba y salía. Podrían haber atentado contra cualquiera de los presentes en el edificio y nadie hubiese sabido nunca quien había sido el autor. (En mis tiempos esto…) No había tiempo para pararse a pensar.

Se apresuró a subir escaleras arriba a trompicones y, al llegar hasta la puerta del despacho del General, un soldado la custodiaba.

-Buenas, debo hablar con el General.- dijo entre jadeos. Quizás fuesen suspiros.

-¿Lo espera?

-Eh… sí, bueno… Claro, ¡Sí!, debe estarme esperando.(por que poco)

Al atravesar la puerta se encontró dentro de un enorme despacho, con el General al fondo, leyendo unos papeles placidamente mientras sostenía con una de sus manos unos anteojos.

-Buenas mi General, debemos…

- Un momento, ¿Quién es usted?

-Créame, no hay tiempo para eso. Debemos activar esta máquina. Contiene un chip con un mensaje cifrado que les hará saber que deben seguir de largo.

-¿Se puede saber de qué habla?

Quizás ahora sería más fácil que alguien creyese su historia. Le habían hecho prometer que solo la contaría cuando llegase el momento. Lo hizo bien despacio para que la entendiera. Hacía ya varios años, haciendo unas pruebas con ondas de radio e intentando crear un nuevo aparato radiofónico revolucionario, uno que no perdiera la señal en túneles mucho más potente de los que hay actualmente, algo no había salido como esperaba. La idea era utilizar aquella tecnología para más tarde, con la ayuda de los satélites, poder aplicarla en telefonía móvil y conseguir cobertura ilimitada.
No sabía exactamente que es lo que había salido mal en el experimento pero, tan sólo 2 días después de aquella fallida prueba, había recibido la visita de alguien, o algo, no, definitivamente de alguien a quien jamás antes había visto, de hecho, nadie antes los había visto.

-Se comunicaban mediante telepatía ¿sabe? , fue muy extraño. Pero lo que importa ahora es que me dijeron que esto pasaría. Que un día llegarían desde otra Galaxia con intención de destruirnos unos seres invasores y despiadados. Pero, al parecer, utilizando esta máquina no nos pasará nada.

-Sigo sin comprender de que me habla.

-Verá, quienes llegaron hasta mi puerta, eran una especie de guerreros defensores de nuestra Galaxia o algo así creí entender. ¡Entiéndame estaba en pleno estado de shock! Parece ser que habemos varios tipos de seres habitándola. Pero hace tan solo varios siglos, ha comenzado a librarse una batalla entre los de la nuestra y otros llegados desde rincones del Universo aún no conocidos por el hombre. Esas batallas no son como las nuestras, los grandes mandatarios de ambos bandos, hacen pactos realmente complicados de entender sobre los dominios colonizados, pero lo único que nos ha de interesar es que, por increíble que parezca, se cumplen. Esos bichos espaciales tienen palabra.
El alto mando de nuestra Galaxia, no había sabido de nosotros hasta el día que de manera totalmente accidental emití una señal al espacio exterior y nos descubrieron. Hasta entonces, pensaban que esta zona estaba totalmente despoblada. Nuestro mundo es una burbuja de aire en medio del océano.Pero aquí lo realmente importante ahora es que, al parecer, en el acuerdo pactado todos los que emitan la señal que esta pequeña máquina genera, serán respetados y no los invadirán. Se consideraran civilizaciones neutrales y sumisas al nuevo régimen que quede imperante en la Galaxia 116-80.

-¿La Galaxia 116-80, dice usted?

-Si bueno, es el verdadero nombre de la Vía Láctea, por lo visto, las matemáticas es el único idioma universal, aparte de la telepatía, claro. Pero eso como le digo, ahora ya no importa.Debemos emitir la señal antes de que nos aniquilen y conseguir así que sigan de largo. No he informado antes, y créame que lo hubiese querido, porque sabía que no me creerían. Me dijeron claramente que no lo hiciera hasta llegado el momento, pero francamente, lo que me frenó fue la idea de que me pudiesen encerrar por loco al contarlo. Tampoco me especificaron cuanto tiempo pasaría antes de suceder algo así, pero por alguna estúpida razón, estaba convencido de que tardarían más.

La cara del General se encontraba en pleno dilema consigo misma entre, si esbozar una carcajada profunda o, por el contrario, mostrar todo su enojo por el atrevimiento que había tenido al intentar gastarle una broma tan absurda. Pero aún así, prefirió guardar calma y seguirle el juego un instante más.- dígame, ¿Por qué no querían que supiésemos de ellos?

-No querían que supiésemos de ellos porque apenas han tenido tiempo de estudiarnos y nos consideran imprevisibles. Supongo que no quieren que nos involucremos en su Guerra y que con nuestros actos incumplamos alguna de sus normas interestelares. Querían que lo supiésemos justo llegado el momento, para que solo tuviésemos tiempo de aceptar como válida la opción de rendición. Qué le puedo decir yo,¡ Tan solo soy un humano por el amor de Dios!

-Creo que ya he oído suficiente amigo.

-Mire, yo ya he cumplido mi parte. Me dijeron que sucedería y he cumplido. Aquí le dejo esta maldita máquina. Haga usted lo que crea que debe hacer, total, a mí ya poco me importa. Después de dos años he estado apunto de suicidarme en varias ocasiones. Si nos aniquilan, al menos podré descansar al fin de mis pesadillas.

Mientras abandonaba la estancia realmente enojado y furioso, el General tomó el objeto metálico entre sus manos. Ciertamente era enigmático. No se parecía a nada que hubiese visto y la actitud del pobre loco le llegó a hacer dudar de si realmente se creería su propia historia, por lo que, desde la distancia que separaba su mesa de la puerta, le preguntó que es lo que le hacía pensar que de ser cierta una historia como aquella, estuviese pasando justo en aquel momento.

Dorian, se giró enérgicamente y fue hasta la mesa sin mediar palabra. No dijo nada. El General a punto estuvo de sacar el revolver que guardaba en el cajón, mientras aquel loco salido de la nada volvía sobre sus pasos para plantarse ante él. Cuando hubo llegado nuevamente hasta la posición que instantes antes había abandonado, se sacó del bolsillo interior de la chaqueta el periódico del día y señaló con firmeza un titular que, bajo la fecha de 28 de diciembre, versaba: “Los Extraterrestres han llegado, se preparan para invadirnos.”


Moraleja: hay que tener cuidado con lo que leemos o nos cuenten hoy, porque podría empujarnos a hacer algo que no debiéramos, al menos… aún no.


Víctor G.Pérez

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