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sábado, 17 de noviembre de 2007

Borges

Me parece justo que mi primera intervención aquí sea para hablar de alguien a quien debo mucho: Jorge Luis Borges. Todavía recuerdo el primer relato que leí. Mi padre me había dado un ejemplar de su Nueva Antología Personal, un tomo irónicamente amarillo y con las páginas llenas del tiempo que les otorga ese aroma tan especial. El primer relato de ese libro, si no recuerdo mal (ahora no lo tengo a mano), es Acercamiento a Almotásim; al menos fue el primero que yo leí. Creo que no entendí gran cosa, pero entré de lleno en ese mundo de símbolos eruditos, precisos, casi matemáticos, donde todo parece natural gracias a que inconscientemente, por debajo, se está desarrollando una trama fatal. A veces no es necesario comprender. Basta con intuir que estamos ante algo sublime. En el caso de Borges, no ante una obra ni ante un autor, sino ante un universo complejo: "He intentado, no sé con qué fortuna, la redacción de cuentos directos. No me atrevo a afirmar que son sencillos; no hay en la tierra una sola página, una sola palabra, que lo sea, ya que todas postulan el universo, cuyo más notorio atributo es la complejidad."

En sucesivas aproximaciones fui profundizando en sus argumentos impecables y fluidos (laberínticos, sí, pero fluidos); en el infinito, la eternidad, el conocimiento absoluto, mis tres obsesiones de la adolescencia pero desarrolladas con una profundidad abismal; en sus autores, que se fueron convirtiendo también en los míos; en sus erudiciones, que jamás alcanzaré; en su amor por los libros, por la presencia de los libros; en sus fugas de sí mismo, del patetismo, de las aclamaciones y los elogios...

Cada vez que me adentro en sus páginas, descubro alguno nuevo. Sé que su deseo era no perdurar más allá de la muerte, descansar del otro Borges, como Conan Doyle quiso descansar del otro, de Sherlock Holmes. Sin embargo es uno de los autores más vivos de la literatura, acaso porque finalmente, como Doyle, perdió la partida contra su propia creación. Tras ese Borges de las citas geniales y la exactitud emocional se ocultaba un hombre fácilmente querible. Lo entreveo en esa biblioteca ficticia donde Lugones aprueba por primera vez alguna línea suya, o en aquella cita de Gaspar Camerarius: "Yo, que tantos hombres he sido, no he sido nunca aquel en cuyo abrazo desfallecía Matilde Urbach." Ahí, fugazmente, sus artificios son reales, a pesar de que la realidad no es más que un caso particular de la fantasía.

Me gustaría haber conversado con él, pero nuestros tiempos no se confunden. Me quedan sus entrevistas, donde un hombre capaz de maravillas como El Hacedor o Las ruinas circulares, se muestra humilde y avergonzado por los halagos.

Leed a Borges, sus relatos, sus poemas, sus ensayos. Es posible que al principio no lo entendáis. Un día, mientras una página se vuelve, distraída, advertiréis el cambio: El laberinto, la biblioteca infinita, el libro de arena, os habrán cautivado para siempre.

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