Era aquel un personaje espectral. Parecía surgido de las mismas entrañas del Averno. Todas las partes de su cuerpo que la ropa dejaba al descubierto eran pústulas abiertas...
Ángel, el cojo, llevaba con cierta gracia el Misalito Regina, libro de reflexión con tapas de nácar blancas. Lo portaba en una mano a modo de hisopo, mientras con la otra cogía el aparato ortopédico que le permitía el desplazamiento, haciendo las veces de tercera pierna incorporada al juego con el que nació. Lo usaba porque la pierna que iba en el lado de aquella especie de prótesis, colgaba como un badajo, inerte, a unos veinte centímetros del suelo, especie de balancín siniestro, que lo mismo apuntaba a la diestra que a la siniestra.
Después he sabido que se dedicó a rufián, regentando un lupanar...
Ángel, el cojo, llevaba con cierta gracia el Misalito Regina, libro de reflexión con tapas de nácar blancas. Lo portaba en una mano a modo de hisopo, mientras con la otra cogía el aparato ortopédico que le permitía el desplazamiento, haciendo las veces de tercera pierna incorporada al juego con el que nació. Lo usaba porque la pierna que iba en el lado de aquella especie de prótesis, colgaba como un badajo, inerte, a unos veinte centímetros del suelo, especie de balancín siniestro, que lo mismo apuntaba a la diestra que a la siniestra.
Después he sabido que se dedicó a rufián, regentando un lupanar...
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