Es inalterable la rigidez del tiempo. Crea un desasosiego interior su transcurso que resulta aterrador, implacable. Sin ranuras. Tiempo a destiempo. Claustrofóbico. Amargo. Todo lo anterior está a mi espalda como una lápida de mármol, veteada de gris, que pesa y aplasta. Te paras. La miras. Lees lo escrito en ella con los ojos del ahora, este extremo y rígido tiempo que ahoga. Ojos enrojecidos por el viento helado que hiere la cara con su desolador aullido, que grita desde fuera y desde dentro que me has herido, roto, y por eso te maldigo. Demasiado peso para caminar erguido. El dolor del afligido por el dolor producido. Dolor. Yazgo mientras camino. Muerto mientras estoy vivo. A veces sueño. A veces rezo. A veces suplico. A veces caigo, me levanto y sigo, en este eterno padecer en el que estoy recluido. Pero el sueño es sólo eso, sueño, ya vivido, y el llanto no amortigua el daño inflingido, ni las súplicas ni los rezos son oídos. El tiempo en que me hallo es el cruel destino de un dios implacable que ha vaciado mi alma de sentido. Ayer volví a soñar con el jardín perdido. Sueño. Sólo sueño de un tiempo perdido.
Diego Jurado Lara
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