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Esperamos que encontréis aquí respuestas a algunas de vuestras inquietudes y también un momento de esparcimiento, acompañados de la mejor literatura.

lunes, 15 de septiembre de 2008

TAREA CONCLUIDA por partida doble



Se acaba de publicar mi último cuento, un relato psicológico policial que ofreceré aquí, en cuatro entregas.

El lector que no desee esperar las siguientes publicaciones, podrá descargar el cuento completo de forma gratuita, en:

www.lulu.com

Descripción del cuento

No es fácil entender la mente de la gente, por más allegada que ésta sea a nosotros. Tampoco resulta fácil entendernos a nosotros mismos. El ser humano es un enorme cúmulo de imprevisibilidades. Sólo podemos estar seguros de una cosa:

Quien está dentro nuestro nunca nos dejará saber con total seguridad, de cómo vamos a reaccionar frente a las diferentes situaciones a lo largo de nuestras vidas. No juguemos ninguna carta a nosotros mismos... porque podemos perder.

TAREA CONCLUIDA

Un relato psicológico policial

Primera Entrega

Yo tenía en ese entonces 17 años. Todo empezó cuando mamá y papá se encerraron por primera vez en su dormitorio. Se escuchaba una discusión infernal. Judy, mi hermanita chiquita, me miró asustada, hizo puchero y se largó a llorar como si la estuviesen matando. Con angustia, por no saber lo que pasaba, me agaché, la abracé y la alcé en mis brazos.

- No llores, Judy, no pasa nada... – le dije, tratando de calmarla.

Pero sólo se escuchaban sus gritos, mientras las lágrimas mojaban mi cara y mi remera. Yo miraba angustiado y de reojo, la puerta cerrada del dormitorio. De pronto se había hecho silencio.

Judy había detenido su llanto y se frotaba con persistencia una de sus mejillas. Con mi mano, apreté suave su cabeza contra mi pecho y me acerqué sigiloso y en silencio, hacia la puerta, con la intención de escuchar algo. Me llegaba la voz de mi madre, como gritos de odio en susurros, destinados a mi padre, el que parecía permanecer todo el tiempo en silencio. Ni siquiera se le escuchaba contestarle. No lograba descifrar lo que mi mamá le decía, tan baja era su voz a pesar de hablar enojada. Traté de apoyar mi oído sobre la madera de la puerta cuando ésta se abrió como arrancada por un tornado.

Nunca había visto una imagen de mi madre tan desagradable. Dos ojos inyectados de odio, rojos, como entre querer llorar o secarse para siempre. Su cara y su cutis, favorecidos por su incipiente embarazo estaban desdibujados por una mueca que mostraba mezcla de asco, vergüenza y dolor. Nos miró a Judy y a mí. No pude en aquel momento interpretar su mirada hacia nosotros, pues provenía de los resabios de influencia de su discusión (o monólogo) con papá. Enseguida, como apurada, cerró de un portazo la puerta y se fue caminando ligero. Me quedé triste, mirando su espalda alejarse hasta que desapareció. La puerta se volvió a abrir mostrando la figura agotada de papá. Con mirada evasiva y triste, su boca hizo una media sonrisa forzada, le acarició la mejilla a Judy y se fue.

Se empezó a vivir en casa, un ambiente de distanciamiento desagradable. Esa distancia que ponemos a veces entre las personas, no por no querernos sino para no lastimarnos. Pero a mí me carcomía el no saber qué era lo que estaba pasando. En especial, porque mis padres se habían llevado siempre tan bien.

Los dos nos ignoraban, nos evadían. Y yo sabía que no era por indiferencia. Temían que les preguntáramos qué era lo que estaba pasando entre ellos. Judy, a sus tres añitos recién cumplidos, sufría los momentos, pero en realidad no podía entender que algo muy malo estaba sucediendo en la familia. Pasado el mal trance, ella volvía con facilidad a sus juguetes, diversiones y demás entretenimientos. Se sabía rodear de su propio mundo como todo niño que todavía no aprendió a entender el mundo de los adultos. Pero poco a poco y a medida que la tirantez entre nuestros padres crecía creando situaciones extrañas y muy difíciles de entender, mi pequeña hermanita empezó a hablar en el idioma que lo hacen los niños de su edad: su conducta se tornó muy hostil en el jardín de infantes, pegando, mordiendo y creando continuas situaciones de violencia con sus compañeritos, cosa que jamás había sucedido con anterioridad. Al enterarse, mi madre la llamó al orden enérgicamente sacudiéndola del brazo a la vez que le gritaba (como lo hacía con papá, en susurros):

- ¡Qué pasa últimamente contigo, niñita, que te comportas como una malcriada! ¡Con todos los problemas que estamos teniendo... y ahora tú también! ¡Te comportarás como es debido o verás el castigo que te daré! -.

Mi madre sacudía su pequeño bracito al ritmo del énfasis de sus quejas. Judy comenzó a llorar tomándose el brazo con la mano del otro, en prueba de dolor y fue entonces cuando empezó a tener sus ataques de asma. Los que ya no se irían, ni siquiera después de desaparecida la aparente causa que los había provocado.

Yo, en cambio, me moría por saber qué era lo que había sucedido entre ellos. Primero, porque era sumamente curioso. Siempre lo había sido. Bastaba que alguien intentara esconderme algo, para que despertara en mí el deseo de saber de que se trataba, aun intuyendo que no me interesaría. Y segundo, porque el desconocer lo que estaba pasando me provocaba la angustia de sentir que una grave amenaza se cernía sobre la familia. Y el desconocerla me asustaba mucho más. Decidí empezar a espiarlos hasta poder descubrir el misterio. A tal punto llegó mi trauma, que comencé a condicionar mis estudios, mis salidas con amigos, mis días de deportes; toda mi vida quedó dependiendo de esta nueva función que me había impuesto. Como si descubrir aquel gran secreto fuera a resolver los problemas que se nos avecinaban. (Continuará...)

Rudy Spillman

http://libroabiertorudyspillman.blogspot.com

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