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viernes, 8 de agosto de 2008

Las hermosas lelas


Y eran dos jóvenes que se amaban en el camino. Dos hermosas jóvenes que se besaban en los asientos y sentadas iban sobre el juicio de la esclavitud y la masa decorosa de los ojos observantes. Ellas rebosadas de amor la una de la otra. Yo rebosado de felicidad al ver ese amor en movimiento sobre rieles y en movimiento de neuronas y genes. Una amaba a la otra y lo hacia ver. La otra amaba a su «una» y se lo hacía sentir. Sus cuellos se acercaban, sus manos se tocaban y su entrelazaban. Sus besos iban a sus frentes y mejillas y sus ojos siempre puestos en el corazón de la otra. Y se respiró tranquilidad. Las dos muy hermosas, las dos enamoradas. Las dos muy jóvenes, las dos comprometidas. Una orgullosa de su anillo como réplica exacta de la joya en la mano de su media naranja. Un amor de verdad, un odioso amor idílico en la mente de las buenas costumbres. Y yo rebosado de risa por el espanto social.
Si he de amar amo un amor como el que se puso frente a mí en mi viaje cotidiano al centro de los horarios. Ni un obispo graduado en corrupta ética podía unir un amor tan frágil, cálido y transparente. Un amor tan hermoso como el de esas dos jóvenes pequeñas en medio de la subyugación sudando valentía y sudando juntas como las imagino en su cama. Más entretenida no pudo ser la vuelta a las mazmorras. Fui incluso más feliz que la caridad de una Teletón. Fue incluso más limpio que las manos de un senador en los cuerpos de los niños.

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