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miércoles, 23 de julio de 2008

Violento protocolo de tuición


Él entró por la puerta del jardín en medio de voces que discutían acaloradamente. Él irrumpía por su vida y la de su descendencia. Él debía invadir los sueños ajenos y terminar con las fantasías que contradicen el orden natural. Los vio a todos a los ojos. Unos a punto de llorar y otros a punto de ser feliz. Pero nada había de valor entre su convicción y el sentido de pertenencia del andrajoso con el cabello raro. A ese tipo se dirigió. No respetó lugar ni posición, menos leyes ni protocolos. Sólo lo miró, avanzó, cogió un madero ya antes localizado y le dijo –conforme no cambies tú posición, yo te haré callar- dejando al resto del círculo mudo y estático. –Jajajajajajaj, y cómo- dijo el andrajoso. Y dio un paso más.
De pronto ya estaba encima de su rostro. Driblaba con el madero sobre su cabeza y le hacía cortes a cada golpe de palo que proporcionaba. Sus ojos eran negros y sus encías rojas. No había cansancio ni dolor, sólo sangre que hervía en las venas y un orgulloso instinto paternal. Le dio un palo y luego otro, y otro y otro y otro sobre los hombros. Luego el andrajoso recuperó su aliento y recordó su bélica instrucción. Se incorporó y lanzó patadas a destajo e intentó huir de la sala fuera de la casa. Pero él no dio nada por terminado, no sentía que su vida se hubiese transformado. Dejó el madero a un lado. Dio dos pasos largos y tomó al andrajoso por la espalda. Lo trajo hacia el y dio vueltas su cuerpo. Su cabeza se estrelló en su nariz con violencia seguido de un golpe de derecha y otro de izquierda. Luego su rodilla fue hacia el estómago. El andrajoso soltó su aliento mezclado de sangre y sudor. Y él lo tomó del cuello y acertó otro cabezazo. Y otro y luego otro más. Luego del cual recordó por dolor que tenía cuerpo que cuidar. Lo tomó de las ropas y lo arrastró por el suelo. –No te vai si yo no quiero- le dijo. Lo sacó hacia la calle lejos del resto de personas que ahora formaban un círculo de miedo, y se acercó a su oído… «No hay nada que hacer cuando sobreviven los genes» fue lo que se escuchó. Y asestó dos patadas en sus costillas. Las que para cualquier caballero ya estarían de más. Pero era necesario acabar con la maldita historia –pensó- y luego ya no volvió a hablar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿Realmente lo merecía? ¡Solo fue un arrebato de intromisión!