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martes, 1 de julio de 2008

La suave cadencia de la vida


A veces un color, un único y tímido color, puede inundar el alma. A veces ni tan siquiera toda la paleta del arco iris puede sacarte una sonrisa de ella. A veces nos ofuscamos porque una nube parte el sol y oculta un trozo de él. A veces esa misma nube nos muestra la belleza que esconde tras ella. Todo es cuestión de saber mirar, de saber ver. Todo es tan simple como querer ver. Pasamos al lado de una flor y la ignoramos. En cambio le exigimos a la vida un jardín completo. Tenemos al lado personas y nos miramos dentro. Se nos ofrecen y queremos espacios libres porque nos da miedo. Cuando nos faltan salimos a la calle para rodearnos de multitud y entonces gritamos llamándoles. Así nos conformamos. Tenemos y despreciamos. Nos dan y lo ignoramos. Pedimos. Sólo nos vemos a nosotros mismos, y cuando no obtenemos negamos. Vemos caer los pétalos de una rosa y pensamos que ha muerto. Nos desilusionamos. Partimos. Nos quedamos con el detalle. No pensamos que esos pétalos siguen siendo bellos y nos muestran que la vida es un eterno fluir. Y por eso, al irnos, no vemos como nace una nueva flor. Somos incapaces de mirar esos detalles llenos de belleza y armonía que la vida nos da a cada paso: las flores pequeñas, las margaritas… Somos incapaces de apreciar lo hermoso que es ver la vida poco a poco, con sus sinuosidades. Queremos la voluptuosidad constante sin entender que es en los pequeños detalles donde está la belleza. Pero hay que saber mirar. Somos tan necios que no entendemos como la Naturaleza inunda de música sus cuadros más bellos y que estos son los más pequeños, los aparentemente menos atractivos. El árbol, siempre, nos impide ver el bosque. Y es que somos así de necios. Preferimos mirarnos dentro y no mirar fuera y en los demás. Somos así de intranscendentes. ¡Qué le vamos a hacer! Somos tan simples que no queremos ver. Nos conformamos con la nada vestida de apariencia alegando que no somos capaces de tener, de dar, de mirar, de contemplar. Es fácil echarle la culpa a los demás o a lo demás. Queremos todo en exclusiva y no nos damos cuenta de lo que tenemos y lo que se nos da. Pero la rueda es sabia. El tiempo muestra. Lo malo es que a veces no hay vuelta atrás. Y entonces sólo nos queda el recuerdo de esa margarita que dejaba caer sus pétalos y el bello sonido del aire a su alrededor. Sólo nos queda llorar. Pero somos tan necios que incluso en esos momentos diremos: "no importa, habrá más". El problema es que perdimos, probablemente mucho sino todo, y que seguimos sin saber mirar.
Diego Jurado Lara

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