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miércoles, 2 de julio de 2008

El Mágico Polvo de la Depresión

En plena juventud, a los veintiocho años de edad, me sorprendió la más grave de las enfermedades que he sufrido: la depresión.

La misma fue tan profunda y el golpe recibido tan bajo que debí, a partir de entonces, abandonar todo tipo de actividad social que desarrollaba en aquel momento. Alimentarme, asearme sólo de vez en cuando, bajar las persianas de mi habitación donde pudiera refugiarme cuando lo necesitara y dedicarme a vegetar mientras mis familiares se preocupaban por ayudarme.

Yo comencé en esa época a deambular todo el día por la casa sin hacer otra cosa que sufrir en forma alternativa, angustia, depresión y ansiedad, sentimientos que no conocía, no sabía lo que eran o significaban y por ende me sentía muy amenazado y con la triste sensación de que así sería hasta el resto de mis días.

En una situación anímica y mental como la anteriormente descripta, ¿cómo podía yo tener la lucidez suficiente como para aplicar tal o cual método de autoayuda? No podía.

Empecé un tratamiento con un psicólogo que en un principio me sumergió en un pozo más profundo aun, si es que existía la posibilidad de que me sintiera aun peor. Con tristeza pude descubrir que sí la había.

Pero cuando uno llega al fondo, lo bueno que esta situación le ofrece es que lo único que a uno le queda por hacer es subir. Y poco a poco, muy lentamente, demasiado, fui mejorando.

Por aquella larga y triste época, en forma conjunta con la terapia, se me recetaron dos medicamentos: uno era akinetón, un conocido fármaco, relajante muscular, especialmente recetado para los enfermos de parkinson, pero por lo visto, no en forma exclusiva ya que yo esa enfermedad no la padecía. El otro medicamento prescripto consistía en una misteriosa cápsula conteniendo un polvito dentro, que yo nunca supe qué era, pues la preparaban especialmente para mí en una farmacia.

Luego de la primera etapa de leve mejoramiento me estanqué. Por obvias razones existen largos períodos en esta época, en que lo único que me queda son baches en la memoria. Pero si mal no recuerdo, la pequeña mejora consistió en la posibilidad de volver a tomar un mayor contacto con la realidad, lo cual lamentablemente para mí, no incluía el dejar de sufrir las largas horas diarias de alternancia entre la sensación de depresión y la de angustia.

Así transcurrieron casi dos años. Me di de alta en la terapia, lo cual significaba un valiente acto de autodeterminación, actos éstos que habían desaparecido de mi vida desde que había enfermado.

Empecé en aquella época una nueva terapia con un médico psiquiatra. En rigor de verdad, no registro bien si la comencé en forma inmediata luego del alta de la primera o hubo algún compás de espera entre ambas. Pero lo que sí se prolongó en forma ininterrumpida fue el suministro de los dos fármacos que ingería diariamente.

La mejora que experimenté en épocas de mi tratamiento terapéutico con el médico psiquiatra fue realmente pronunciada. Yo ya casi volvía a parecer un ser humano normal y a recuperar muy de a poco, parte de las funciones que había debido abandonar. De todas maneras, las angustias y depresiones no querían abandonarme. Pero mi estado mental y de conciencia en aquel momento me permitiría la utilización de mi antigua técnica de auto ayuda que durante tanto tiempo me había acompañado y que hacía tanto que había debido dejar de lado. Aunque yo todo esto no lo sabía.

No se exactamente como sucedió, pero se que yo estaba en el salón de la casa, frente a un aparador, sobre el cual colgaba de la pared un enorme espejo rectangular. Me disponía a tomar mi dosis diaria de akinetón y la misteriosa cápsula.

En ese momento hablé con mi mente. Yo debía hacer pruebas para lograr cambiar ese espantoso estado de ansiedad, el que alternaba con temores pánicos y caídas en depresión, aunque no tan profunda como tiempo atrás. Y lo único con lo que contaba para ofrecerle a mi mente y mi cuerpo eran esos dos fármacos. Por consejo de mi propia mente decidí que empezaría a jugar con las dosis de los mismos, variando la cantidad de uno, luego la del otro y si fuese necesario, eliminaría por completo uno, el otro o ambos. Pero esperaría luego de cada prueba (cambio en la medicación), la respuesta de mi cuerpo y de mi mente. En definitiva, de esto se trataba.

Pero tuve suerte porque no debí realizar tantas pruebas como imaginaba. En ese momento, frente a aquel espejo, abrí la cápsula del misterioso polvito y arrojé la mitad del contenido al retrete. Acto seguido, tomé mis medicamentos.

Después de transcurrida media hora, no sólo me empecé a sentir mejor, sino que una leve sensación de euforia acompañada de un agradable relajamiento muscular inundaba mi cuerpo como si alguna sustancia recorriera mi interior. Algo artificial me estaba provocando esa agradable sensación de bienestar, diluyendo la angustia, la depresión y la ansiedad, como si de tumores y no de sensaciones, se tratara. Se que es difícil explicar este fenómeno, pero no encuentro mejor forma que ésta de hacerlo.

A partir del día siguiente comencé con la toma de akinetón solamente. Y a la semana, cuando ya estuve seguro, arrojé la cápsula conteniendo el polvito, a la basura. Mi vida había cambiado para siempre.

Cuando enfermé de depresión pensé que me había convertido en la persona más desgraciada de la Tierra. Pero más tarde, al curarme, pude darme cuenta que el dicho que dice: lo que no te mata te fortalece, por lo menos en mi caso había dado resultado. Con los años fui descubriendo que mi personalidad había cambiado. Me había convertido en un ser distinto. Mejor. Más parecido a como yo quería ser. A partir de entonces pude emprender cosas que sé que jamás hubiese emprendido el que yo era anterior a la enfermedad. Como la emigración a Israel desde la Argentina en el año 1989, con toda mi familia. Donde debí afrontar serios obstáculos en la adaptación social, laboral, de estudios, de idioma, cultura y costumbres. Y poder concluir todo aquello con éxito. No me queda la menor duda que el que yo era antes de la enfermedad ni siquiera se hubiese planteado la posibilidad de semejante idea.

Es uno de los paraísos más hermosos que he podido descubrir escondido detrás de la que quizás haya sido la más grande de mis desgracias.

Fragmento extraído del libro: "El Paraíso Escondido detrás de Nuestras Desgracias. Autoayuda Autobiográfica", con descarga gratuita en:

www.lulu.com.es


Rudy Spillman

http://libroabiertorudyspillman.blogspot.com

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