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jueves, 22 de mayo de 2008

UN DESTELLO EN LA OSCURIDAD

Aquí tenéis otro relato mío, esta vez trata sobre la memoria, la realidad y la ilusión.


UN DESTELLO EN LA OSCURIDAD


Siempre que empieza mi turno de trabajo está allí, con la mirada perdida en el vacío. No se qué estará mirando o con qué estará soñando pero espero que sea algo hermoso, algo que realmente valga la pena. Conozco suficiente medicina para saber que no es así, pero no puedo evitar pensarlo.

El anciano está enfermo por eso está en ese asilo esperando la muerte. ¿Pero acaso no es preferible tener la esperanza de que en su mundo esté feliz? Bastante dura es la realidad.

Cuando me miro a mí mismo sólo encuentro un vacío que me atormenta y me impide seguir adelante. A mis cuarenta años puedo decir que mi vida a sido un continuo fracaso con tan sólo unas pocas alegrías en este mundo de tristeza, egoísmo y dolor.

Algunos días, cuando sé que ya no puedo aguantar más, llego más temprano al trabajo y me siento al lado de ese anciano desconocido y desposeído de todo aquello que le daba humanidad. Sus ropas son las típicas de hospital ya que no tiene dinero ni ningún familiar conocido que le quiera, su cuerpo está consumido por la edad, sólo le queda la fuerza necesaria para sentarse en su ajada silla de madera, la única posesión que se llevó al centro y su mente... su mente prácticamente está vacía, sin recuerdos, sin nada que le alivie en su soledad.

A veces creo que le hablo de mis problemas y de mi pasado sólo porque sé que al cabo de unos minutos no se acordará de nada, aún así me gusta la forma en la que te mira, es como si todo lo que le queda de su mente se estuviera esforzando por escuchar, por mirarte, por decirte que te entiende ya que su vida ha sido igualmente destrozada.

Cuando empecé a hablarle por primera, fue una experiencia única. El paciente aún no tenía la mente totalmente carcomida por la enfermedad y tal vez llegó a entender algo pero no me importó, estaba tan roto por dentro que necesitaba desfogarme con alguien, un desconocido a ser posible. Mis amigos sólo sabían darme consuelo no la ayuda que tanto anhelaba.
Recuerdo exactamente lo que le dije, palabra por palabra. “No puedo seguir viviendo más” así empecé, sin presentaciones, directo al grano. Estaba demasiado centrado en mi dolor para andarme por las ramas. “Ha ocurrido un accidente, algo terrible. Mi mujer y mis dos hijos están muertos... bueno mi hija está en el hospital los médicos dicen que está grave pero que sobrevivirá. No puedo aceptarlo ¡no puedo! Hace tres días me despedí de ella, se iba por unos días a hacer un reportaje y como yo estaba demasiado ocupado trabajando se llevó a los niños con ella. Me dijo que no me preocupara que para ellos eso sería unas pequeñas vacaciones. Debí entender lo que me decía ¡que estúpido soy! Clara deseaba que me quedase con los pequeños o que le dijese que me iba con ella tal y como le había prometido. ¡Si hubiera estado con ellos! Tengo la sensación de que entonces las cosas habrían ocurrido de otra manera, seguro que ahora estaría viva. La policía me ha dicho que ella estaba conduciendo de noche cuando otro coche invadió su carril. Un típico accidente producido por un crío borracho pero no puedo evitar pensar que ella odiaba conducir de noche, yo tendría que haber estado junto a ella para apoyarla y no lo estuve...
Me siento tan culpable por lo que ha pasado que no puedo seguir viviendo. Mi pequeña morirá, lo presiento. Ese es el precio por haber sido tan egoísta, por haber interpuesto mi trabajo en este maldito asilo público antes que a mi familia, no merezco vivir y lo sé. “
No pude continuar, mi voz estaba rota y mi cara mojada por las lágrimas. Sacar todo a la luz no me estaba ayudando, sólo me hacía sufrir más y más convenciéndome de que no existía otra solución que la muerte.

Entonces el anciano posó su frágil mano en mi hombro. ¿Fue un gesto de compasión? ¿De apoyo? ¿Tal vez me quiso decir que él me entendía y que no debía rendirme? ¿Que debía de seguir viviendo tal y como él estaba haciendo?
Temo que todo eso sean invenciones mías, que ese sencillo movimiento fuera tan sólo una pura casualidad pero eso me dio esperanza, me hizo ver que la vida tenía un poco de sentido, el suficiente como para seguir en este lado para cuidar a mi hija la cual, ahora, estaba convencido de que sobreviviría.

Después de aquello hubo muchas otras conversaciones y yo siempre me convencía de que me estaba escuchando, de que había vislumbrado una chispa de reconocimiento en sus ojos, de que cuando yo estaba con él nos unía un vínculo especial.
Poco a poco le fui desgranando mi vida. Curiosamente empecé al revés, siguiendo el mismo proceso de degradación del anciano. Al igual que él, empecé recordando el presente y poco a poco me fui acercando a mi pasado.
No me dejé nada en el tintero. Primero le conté mi vida en pareja, las alegrías y las decepciones, la mágica sensación de tener a tu hijo recién nacido entre tus brazos, los nervios y las dudas al casarse, el amor infinito y las promesas de eternidad, esa sensación extraña de ver a una desconocida y saber que estás enamorado de ella. Luego llegué a mis años de estudiante, a todas aquellas noches en blanco preparando exámenes, a todos aquellos días en los que mi único pensamiento era qué fiesta se celebraría por la noche y a qué chica intentaría llevar a la cama. Aquellos fueron los años en los que más dudé sobre mi futuro y sobre lo correcto de mis decisiones.
Así poco a poco llegué a mi infancia, a lo poco que recordaba. Las imágenes que me vienen a la cabeza son todas de seguridad, de días felices en los que nada importaba, en los que la única cosa realmente importante era que tu madre te abrazara y te demostrara todo el amor que sentía por ti. A veces me gustaría volver a esa época, sería bonito volver a ser un niño despreocupado que no pensaba en lo desgraciado que llegaría a ser en el futuro.

Hoy he venido temprano, tengo ganas de contarle a mi anciano desconocido algo que he recordado hace poco. Es algo importante lo sé y tengo que decírselo antes de que me olvide...
La sensación de pánico me sube a la garganta ¡no está! ¿Qué ha sucedido? ¿Acaso le habrá pasado algo? Anonadado empiezo a recorrer los pasillos blancos, abro todas las puertas que encuentro sólo para encontrarme con caras desconocidas. Mujeres y hombres vestidos de blanco me gritan cosas que no entiendo, en mi cabeza sólo existe la imagen de ese anciano al que he de encontrar porque sé que lo que quería explicarle era algo muy importante, una revelación. Decidido me dirijo a la zona médica dónde sólo hay moribundos o enfermos que se niegan a aceptar que ha llegado su hora de morir.
Me encuentro desorientado, perdido en una marea de aparatos médicos, camillas y pasillos que no terminan nunca. Los rostros se van difuminando no sé si ya he visto a esa anciana refunfuñar ante la televisión o si ese enfermero es el que me ha gritado antes. ¿Dónde estoy? ¿Qué hago aquí? Una revelación eso era, algo tan importante que se lo tenía que contar a alguien.
Al cabo de un tiempo que a mí me parece infinito, tres hombres sonrientes me rodean dejando un pequeño pasillo para que se acerque una mujer. Todos visten de blanco, todos son la imagen de la perfección, todos tienen bonitas sonrisas en la cara semejantes a máscaras. No puedo confiar en ellos, son peligrosos quieren atraparme e impedir que me encuentre con mi amigo el anciano. Trato de debatirme, de escapar del cerco pero son más que yo y todo acaba en un patético intento, no entiendo cómo me han podido reducir con tanta facilidad. ¿Acaso soy débil?

La misma mujer sonriente me coge del brazo y me susurra palabras tranquilizadoras mientras me guía por unos lugares que no reconozco ¿he pasado por aquí antes? ¿cuando? No, yo trabajo aquí, seguro que esta zona es nueva y aún no he tenido tiempo de visitarla. Seguro que es eso.
Avanzamos poco a poco y yo me impaciento ¿porque mi acompañante se empeña en cogerme del brazo mientras camino? “Puedo caminar yo sólo gracias” le digo tratando de deshacerme de ella. Su única respuesta es otra cara brillante y más palabras tranquilizadoras, no entiendo nada, no sé qué está pasando pero no me gusta. Quiero marcharme de allí, las paredes me agobian, no he encontrado a quien buscaba y dentro de poco empezará mi turno. No quiero que esa desconocida me conduzca a ningún lado, he de encontrar el sitio donde está guardada mi ropa, sé que está aquí cerca pero la mujer de blanco insiste en que la siga acompañando.

Pasa un rato más, no sé si es mucho o poco, y llego a la sala dónde empezó mi búsqueda. Para mi propia sorpresa hacen que me siente en una ajada silla de madera y tras decirme algo más que no entiendo la enfermera se marcha. Por el rabillo del ojo me parece ver una mueca de tristeza en la mujer pero no entiendo porqué.

Mi mirada se fija en la nada y me quedo un rato así. Tengo la sensación de que sé cual era la revelación que tenía que decirle a mi amigo pero mi mente lo descarta rápidamente y se olvida de ello. Prefiero quedarme aquí, sentado en esta vieja silla esperando a que venga mi amigo para poder contarle más cosas de mi vida. Mientras, practico en voz alta lo que me gustaría decirle, tengo que explicarle la dulce sensación de estar en los brazos de tu madre mientras te acuna. Esa es una buena historia pero he de esperar. Seguro que vendrá... ¿pero quién ha de venir? ¿Alguien importante? Quiero mirar alrededor pero estoy asustado ¿dónde estoy? ¿A qué espero? ¿Qué hago aquí sentado en una silla de madera? ¿Quién soy?

Gemma Edo
Blog personal de relatos: Crónicas desde el no-tiempo

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