El estigma nacional

Habían amenazado con hacerlo, y lo han hecho. Otra vida, otra familia destrozada para siempre.

Sé que puede parecer inoportuno, pero hay que hablar de las elecciones. Y hay que hacerlo porque el domingo ha pasado a ser un día para elegir gobernantes a ser una prueba y un homenaje. Lo primero es no seguirle el juego a los terroristas. Nadie más que ellos, quienes han planificado, quienes han apretado el gatillo, tiene la culpa del asesinato de Isaías Carrasco. Hoy sólo hay dos bandos: los asesinos y los ciudadanos, y no hay colores que valgan. Lo segundo es plantearse que ésta es la segunda vez que un acto terrorista intenta inclinar la balanza de la democracia. Si nos plegamos, si nos falta la sensatez y la valentía necesarias, no sólo habrá muerto un inocente, sino que habrán secuestrado nuestra mejor arma: la democracia.

Cambiar el sentido del voto, abstenerse o votar si no se iba a hacer, es darle la razón a los terroristas. Un atentado ya cambia, inevitablemente, demasiadas cosas: la vida, las familias que pierden a un ser querido, la sensación de pertenecer a un país normal por la de vivir en una pesadilla. No debería cambiar nada más. Si lo hace, ganan ellos, los asesinos.

El domingo, cuando acuda a las urnas, lo haré con la pesadumbre de saber que Isaías ya no vivirá más, pero seguro de estar haciendo lo que él haría. No se me ocurre mejor homenaje a su memoria.

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