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jueves, 17 de enero de 2008

El denuesto en la escritura

Volvamos al humor, como decía Rudy. Vivamos con él. El resto sólo vale para crear tensión. Y todos sabemos a lo que me refiero. La risa es una característica de los humanos. Incluso me atrevería a decir que reir nos hace humanos. Aunque hay cada uno por ahí...
Que nadie se preocupe porque pasen cosas así. A lo largo de la historia por cosas de lo más baladí se han producido roces, broncas, hasta duelos (¡qué tiempos aquellos!). ¿Qué tal uno a florete? Ejemplos hay mil.
La expresión literaria como ve­hículo de denuestos y descalifi­caciones es casi tan antigua como la literatura. El Siglo de Oro español resplandece en el furor de las invectivas verbales, en la saña de los insultos. Así, Quevedo contra Góngora: "Yo te untaré mis obras con tocino,/ porque no me las muerdas, Gongorilla,/ perro de los inge­nios de Castilla,/ docto en pu­llas cual mozo de camino". Que­vedo, ya se ve, no se mordía la lengua y acusaba a su rival de judío (de ahí la mención del toci­no y el calificativo de perro), una gravísima acusación en aquella España ortodoxa. Lo que estaba en principio en juego era la lucha por la pureza litera­ria, que dividió a los poetas de la época en culteranos –gongorinos- y conceptistas, pero, como puede comprobarse, las pullas excedieron la mera es­peculación literaria. Tampoco Góngora se contuvo y satirizó a su rival en términos durísimos: "Anacreonte español, no hay quien os tope,/ que no diga con mucha cortesía,/ que ya que vuestros pies son de elegía,/ que vuestras suavidades son de arro­pe". Lo de Anacreonte no era un elogio, sino una crítica a la presunta lascivia de los versos de Quevedo. Y lo "de elegía" tiene bastante mala intención, porque alude a la cojera de don Francisco.
Esto entre Góngora y Que­vedo. Pero Góngora también la emprendió con Lope de Vega y escribió contra él versos san­grientos, como cuando le acusó de inventarse linajes nobiliarios -imaginarias torres de un no menos imaginario escudo- ha­biéndose casado, en sus segun­das nupcias con la hija de un carnicero, Juana de Guardo: "No fabrique más torre sobre arena,/ si no es que ya, segunda vez casado,/ nos quiere hacer torres los torreznos".
No hay que quedarse en el Siglo de Oro. Vengamos a la generación del 27, la llamada generación de la amistad. Tras la muerte de Pedro Salinas, Luis Cernuda escribió un durí­simo poema contra quien fue su mentor literario, donde lo acusa de no haberlo compren­dido ni ayudado, frente al tra­to que dio a otros, "los suyos, sus amigos predestinados,/ los que él entendía, los que a él le entendieron,/ si es que en el limbo entendimiento existe". Y cuando Dámaso Alonso lla­mó a Lorca "mi príncipe muer­to", Cernuda reaccionó con versos virulentos: "Príncipe tú de un sapo?/ ¿No les basta/ a tus compatriotas haberte asesi­nado?// Ahora la estupidez sucede al crimen".
Valga esta breve muestra como expresión significativa de lo que ha sido la sátira en dos momentos supremos de la poesía española. Ahora las aguas parecen enrarecerse en la sociedad literaria. El decoro es una norma de la poética clá­sica -y de la buena educación- cuyo quebrantamiento sólo se justifica con el prodigio verbal. Si éste no existe, si des­cendemos al patio de vecindad, si las cañerías sólo llevan detri­tus y no piedras preciosas, ver­daderamente no merece la pena. Quevedo, Góngora y Cernuda están justificados como poetas. Pero ahora no sería mala idea apostar por el decoro y dejar los prodigios para poemas y novelas.
Por favor, que se tome como lo que es. Sólo pretendo introducir un poco de cordura y, al menos, una sonrisa.

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